El papa Francisco sorprendió a los cardenales y altos cargos de la Curia con un originalísimo discurso de felicitación de Navidad: la lista de las 15 enfermedades de la Curia vaticana. En tono sereno, el Romano Pontífice les habló durante veinte minutos sobre cada una de estas patologías, añadiendo que se dan también en las diócesis, congregaciones religiosas e incluso en los movimientos no exentos de clericalismo.
Con claridad meridiana y en un lenguaje coloquial, el papa enumeró las enfermedades de “sentirse insustituible”, el exceso de activismo, la petrificación mental y espiritual, el exceso de planificación y funcionalismo, la mala coordinación, el alzhéimer espiritual que lleva a olvidar el fervor de la primera entrega, la rivalidad y vanagloria de la gente soberbia y la esquizofrenia existencial de quien se olvida de que está al servicio de personas concretas.
En el comentario de cada enfermedad, el papa adopta un tono severo solamente respecto a la “murmuración”, que califica de muy grave e incluso de terrorismo por los destrozos que causa.
Las cinco últimas enfermedades citadas son la indiferencia respecto a los demás, las caras fúnebres, la acumulación de bienes, los círculos cerrados o camarillas que a veces se crean por motivos buenos pero que terminan rompiendo la unidad y, por último, el provecho mundano “que se manifiesta en el exhibicionismo”.
El papa hizo mención de antídotos para varias de estas enfermedades y se extendió respecto a las ”caras fúnebres”, aconsejando a todos “una dosis de sano humorismo” riéndose de uno mismo para no darse demasiada importancia.
El sucesor de Pedro concluyó recordando que había leído una vez que “los sacerdotes son como los aviones, solo hacen noticia cuando caen, pero hay muchos que vuelan. Muchos critican y pocos rezan por ellos”. Una frase muy cierta y oportuna, porque indica la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal y cuanto mal podría causar un sacerdote que desentona a todo el cuerpo de la Iglesia.
