Opinión

¿Está aún peor la política que la economía?

En un mundo que avanza hacia una interconexión cada vez más estrecha, las preocupaciones en torno a la política y la economía global se vuelven inseparables. Las voces críticas, con razón, señalan las injusticias que emanan de las leyes económicas mundiales. El impacto de los bloqueos comerciales, las barreras a la libre circulación y prácticas como el dumping social y económico erosionan la equidad y el desarrollo sostenible. Sin embargo, en medio de estas críticas justificadas, no pasa inadvertido el aún más lamentable estado actual de la política global, que a menudo se encuentra en una situación más precaria en lo que respecta a la protección de los derechos humanos y las libertades individuales.

Es crucial reconocer que la globalización, aunque ha traído consigo beneficios significativos en términos de crecimiento económico y acceso a nuevas oportunidades, también ha perpetuado una serie de atrocidades en diversas partes del mundo. La historia reciente está plagada de ejemplos dolorosos que sirven como recordatorio constante de los errores del pasado y del presente. Un caso destacado y trágico que ilustra esta realidad es el tristemente célebre 11 de septiembre de 2001, un acontecimiento que sacudió los cimientos de Occidente y tuvo consecuencias devastadoras en términos de pérdida de libertades y derechos. EE UU, en una respuesta desesperada, justificó actos cuestionables como el establecimiento de la prisión de Guantánamo, un símbolo de vergüenza que perdura. Las restricciones impuestas a los visados, sumadas a la invasión de dos países soberanos en nombre de la seguridad, han dejado una cicatriz indeleble en la historia contemporánea.

Tristemente, la lección no se ha aprendido por completo. Ahora, cuando se afronta una situación similar en Oriente Medio, vuelve la repetición de errores pasados. Las restricciones a las libertades individuales, la manipulación de la información y la justificación de acciones que violan los derechos humanos y la legalidad internacional son una afrenta a la conciencia colectiva. Si bien es imperativo condenar el terrorismo de Hamás, también debe reconocerse la evidencia de un sistema de apartheid en la región, que no solo castiga a la población civil, sino que también perpetúa una espiral de venganza y opresión. Hay cosas que las democracias no pueden ignorar ni tolerar en ningún contexto, sin importar la justificación política o estratégica que se utilice.

Por desgracia, los problemas no se limitan a un solo conflicto. El mundo libre, en su conjunto, está experimentando una peligrosa contracción en los espacios democráticos y en la garantía de derechos y libertades. La situación en Ucrania tras la invasión de Rusia, así como las crisis políticas en Nicaragua y Venezuela, son testamentos vivos de cómo la democracia puede erosionarse en la vorágine de la intolerancia.

Es innegable que la globalización trae consigo avances y oportunidades, pero también debe afrontarse con honestidad el hecho de que el precio pagado no puede ser la supresión de derechos fundamentales. La equidad económica debe ir de la mano de la justicia social y la protección de los derechos humanos. Del mismo modo que pasó frente al nazismo, la comunidad internacional debería unirse en la defensa de principios fundamentales en todas las esferas de la vida política y económica. 

@J_L_Gomez

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