Opinión

Tres maneras de ver la marcha de Calviño

La elección de la economista gallega Nadia Calviño (A Coruña, 1968) como presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI) ha generado diversas interpretaciones y expectativas. Su salida del Ejecutivo de Pedro Sánchez se percibe con diversas ópticas: desde el logro histórico hasta la pérdida en el Gobierno y la realidad concreta de su nuevo rol. El impacto real de su mandato lo determinará la forma en que aborde las oportunidades que se le presentan.

Desde la perspectiva del Gobierno, la elección de Nadia Calviño se percibe como un logro significativo tanto para España como para la UE. Al convertirse en la primera mujer en liderar el BEI, Calviño marca un hito histórico. Su nombramiento no solo coloca a una líder capaz y comprometida al frente del principal banco público de la UE, sino que también promete revitalizar la influencia de España en las instancias europeas, que había menguado en los últimos años.

Este reconocimiento no solo es simbólico; también refleja la confianza de los ministros de Finanzas europeos en la capacidad de Calviño para abordar los desafíos actuales y futuros de la UE en términos de inversión, sostenibilidad y estabilidad económica. Su mandato promete impulsar una agenda europea que busca fortalecer el papel del BEI en financiar proyectos relacionados con la transición climática, con una meta ambiciosa de proporcionar 115.000 millones de euros en préstamos hasta 2027.

Otra perspectiva se enfoca en la pérdida que representa la salida de Calviño del Gobierno. Su trayectoria desde que asumió el cargo de vicepresidenta primera y ministra de Economía ha sido destacada. Inicialmente reconocida como una alta funcionaria europea con un perfil técnico y tecnocrático, ha evolucionado para convertirse en uno de los pilares clave del Gobierno de Sánchez. Su legado abarca desde su labor como ministra de Economía hasta su destacado papel en el ámbito político, incluido el de frenar a Yolanda Díaz.

La designación de Calviño como presidenta del BEI implica, pues, un vacío significativo en el Gobierno, y su partida plantea el reto de llenar ese espacio, tanto en términos de responsabilidades como de peso político. La evolución de Calviño de funcionaria europea a figura política relevante deja así una marca indeleble.

Sin embargo, una tercera perspectiva podría reinterpretar la magnitud de este nombramiento. Aunque desde el Gobierno se presentó siempre a Calviño como una figura política con opciones de liderar un puesto de singular relevancia en la UE, la realidad es que el BEI ha estado presidido por un alemán de perfil bajo, Werner Hoyer. Comparado con la relevancia política de Calviño en España, el cargo que ocupará en el BEI podría considerarse menos destacado.

Este contraste entre las expectativas creadas y la realidad actual del BEI sugiere que, si bien Calviño asumirá una posición importante, no necesariamente tendrá el mismo peso político que tuvo en su papel de vicepresidenta primera en el Gobierno de España. Este país tiene muchas dificultades –también para quien se marcha, que las dejará atrás–, pero es la cuarta economía de la zona euro, lo cual no es poca cosa.

El presidente Sánchez, aunque tuvo tiempo de sobra para tener listo el relevo de Calviño, cuyo mandato en el BEI empieza en enero, quiere alargar semanas la transición para nombrar a la persona que va a sustituirle. 

@J_L_Gomez

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