Opinión

Una mano mece la cuna del secesionismo

La lucha entre una parte de Cataluña y el resto de España parece solo  política pero en realidad esconde la búsqueda de un reequilibrio del poder económico entre Barcelona y Madrid

El resultado de las elecciones en Cataluña es negativo para el crecimiento económico, porque supone prolongar la incertidumbre, lo que podría deteriorar más el clima de negocios, advierte Moody’s. Nada nuevo.

“La llegada de turistas y la confianza en la inversión ya se había deteriorado en Cataluña tras la inestabilidad derivada por la declaración unilateral de independencia del 27 de octubre”, constata esta agencia de calificación de riesgos.
La Bolsa, donde su principal selectivo, el Ibex 35, perdió el 1,19%, parecía tenerlo descontado, de modo que el ajuste a la baja se centró en las firmas cotizadas especialmente expuestas en Cataluña.

La fuga de empresas sigue estando ahí y el clima económico no es bueno, como subrayan distintas patronales.
Hasta aquí los datos en frío, desnudos, desprovistos de claves. Pero no parece que sea todo tan lineal. Ni coherente.
En Cataluña no hay una especial lucha de clases, entre la burguesía y el proletariado. Más bien hay una especie de revolución burguesa, de gente guapa catalanista, que planta cara a otra burguesía, la española. La tensión política es entre ricos, no entre ricos y pobres. No es casualidad que los dos principales partidos de Cataluña sean de derechas: Ciudadanos y el PDeCAT. Juntos suman 71 escaños, mayoría absoluta. La derecha económica sabe bien en que cestas debe poner sus huevos. En Cataluña ni siquiera precisan al PP, al tener ahora una marca mucho más seductora: Ciudadanos. La izquierda es claramente minoritaria en Cataluña, una comunidad rica.

¿Qué quiere decir todo esto? Entre otras cosas, que cuando los empresarios se lamentan tanto de la inestabilidad en Cataluña, tal vez deberían ser más sinceros -y coherentes- y admitir que muchos de ellos dicen una cosa en Madrid y otra en Barcelona. La derecha económica catalana no es ajena al procés. Los mismos que se quejan de que sus negocios se resienten, por detrás apoyan al nacionalismo de derechas: JuntsxCat.

Este análisis admite matices, indudablemente, ya que el independentismo es transversal: no todos los secesionistas son de derechas, pero es evidente que detrás de sus principales movimientos ciudadanos no están los sindicalistas ni los okupas, sino sectores próximos a la Iglesia católica, profesionales, empresarios, profesores, etcétera. Mucha gente, qué duda cabe, pero menos personas de izquierdas que de derechas.

La patronal más coherente es Cecot, que no esconde su apoyo al expresidente Carles Puigdemont, al tiempo que promueve reformas desde el máximo consenso político: léase, un nuevo estatus de Cataluña, pactado entre Madrid y Barcelona, sin fiscales ni jueces de por medio.
Es verdad que también hay empresarios catalanes unionistas pero en general la burguesía está conectada con banda ancha con el independentismo de nuevo cuño, es decir, el PDeCAT o JuntsxCat. Suele ser habitual que en la política se juegue con cartas marcadas pero en este caso del procés se observan excesivas contradicciones, a sabiendas de que el objetivo final está claro: reequilibrar el poder en España para mayor gloria de la burguesía catalana.
¿Por qué no lo dicen? La respuesta admite no pocos matices pero, a grandes rasgos, es debido a que parte de sus compañías y bancos tienen más peso en el conjunto de España que solo en Cataluña. De puertas a dentro tienen un discurso y desde Madrid proyectan otro bien distinto, conciliador, a riesgo de perder cuota de mercado. 
@J_L_Gomez

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