Opinión

A Sánchez le falta la sutileza de Kennedy

Los discursos del expresidente de Estados Unidos John F. Kennedy, también su look, inspiran a veces las formas del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Es comprensible, ya que JFK es un personaje que tiene un lugar privilegiado en la memoria de varias generaciones. Pero, aun diciendo a veces cosas parecidas, el tono de Pedro Sánchez es distinto. “Les pido que se impliquen”, reclamaba –impetuoso– el presidente del Gobierno a los grandes empresarios españoles reunidos esta semana en Davos. “¿Queréis participar en esta histórica empresa?”, sugería John F. Kennedy, el joven presidente que fue asesinado en el ejercicio de su cargo, al tomar posesión el 20 de enero de 1961.

Kennedy fue un presidente que acrecentó la herencia recibida, alcanzando una Nueva Frontera –su famosa New Frontier–, y que desde ese punto de apoyo se lanzó en busca de nuevos horizontes más ambiciosos y globales. También en esto Sánchez es diferente: mira al futuro desde su egocentrismo, pero menosprecia la herencia recibida, incluso la del mejor presidente socialista de la historia de España, Felipe González.

John F. Kennedy empleó la palabra con el propósito de conectar tanto con el corazón como con la razón de los estadounidenses, a quienes percibió como ciudadanos en el sentido más completo. En su visión, eran colaboradores activos e indispensables para llevar a cabo proyectos políticos y reformas sociales que contribuyeran a la mejora de Estados Unidos y, desde esa posición, impactaran positivamente en el resto del mundo. No imponía, sugería. Respetaba el pasado, sin restarle brillo a su plan de futuro. JFK era más sutil que Sánchez.

En definitiva, John F. Kennedy aspiraba a compartir sus ideales con todos aquellos que anhelaban edificar un mundo caracterizado por la paz, la justicia, la igualdad, la ausencia de pobreza y enfermedades, la libertad frente a la tiranía, y la diversidad en el marco del imperio del Derecho, en concordancia con los principios establecidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, en su tiempo un año muy reciente.

A Sánchez hay que reconocerle ciertas similitudes en su discurso con las posiciones kennedianas, especialmente en materias sociales y económicas. Sin embargo, su discurso no cala de la misma manera. Para los estadounidenses, Kennedy representaba un presidente que se involucraba directamente en sus vidas, formando parte integral de su existencia. Desde el comienzo de su mandato, solicitó su colaboración para hacer frente a los considerables desafíos que asumía como líder de la ya principal potencia mundial en ese momento. Resultaba más próximo.

Sánchez ha pedido a líderes empresariales y financieros que ayuden “a elevar el poder adquisitivo de los trabajadores, a frenar la emergencia climática, a reivindicar las normas internacionales y a defender la democracia y luchar contra la involución que representa la ola reaccionaria que recorre el mundo”. Todas ellas parecen buenas intenciones. Para ser más convincente hubiera bastado que adaptase a esos mismos objetivos el mensaje de JFK tal vez más conocido: “Preguntad, no qué puede hacer vuestro país por vosotros; preguntad, qué podéis hacer vosotros por vuestro país. Conciudadanos del mundo: preguntad, no qué pueden hacer por vosotros los Estados Unidos de América, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre.” 

@J_L_Gomez

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