Opinión

Educadores y educados

Después del paréntesis vacacional que propicia el tiempo de estío, se hace necesario recuperar los hábitos o, como suele decirse, 

“volver a la normalidad”, que es lo mismo que lo cotidiano. Y dentro de ese regreso a la vida ordinaria, figuran las obligaciones escolares. La rutina de libros, ropa, horarios… Padres e hijos, alumnos y profesores.

Antes había maestros y ahora hay profesores. Seguramente que habrán escuchado esta expresión en más de una ocasión. Y surge la pregunta, ¿qué diferencia hay entre ambas figuras? Para el DRAE, no la hay. Maestro: “persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”. Profesor: “persona que ejerce o enseña una ciencia o arte”. A efectos de profesionales de la enseñanza, pues, ninguna. Lo que ocurre es que los primeros, esto es, los maestros, realizaban una función posiblemente con una práctica más cercana hacia el alumno, convertido éste en educando.

Es obvio que las enseñanzas regladas han evolucionado y los planes de estudios se adaptan a los tiempos y esa adecuación también afecta al profesional, al educador.

Sin embargo, aunque evolucionen los contenidos curriculares, la forma de enseñar tiene que ser una peculiaridad de quien ejerce la docencia y el éxito de sus doctrinas depende de cómo sean asimiladas por parte de sus educandos. De ahí pues, la importancia de esa proximidad del enseñante con el aula.

También es posible que la figura del maestro antes era más respetada, pues asumía un rol de autoridad en la enseñanza. Y porque ahora un profesor tiene que desarrollar su trabajo en un clima no siempre propicio y porque para que sea respetado, ha sido necesario articular una disposición legislativa.

Efectivamente, los tiempos cambian. Se dice que evolucionan, pero hay veces en que da la impresión de que más bien involucionan. 

A fin de cuentas, enseñar es transmitir conocimientos, pero en la forma de transmitirlos radica la eficacia por parte de quien los imparte. Y porque un alumno forma parte de la población discente al que se dirige esa enseñanza y el profesor tiene que tratarle como tal persona, con nombre y apellidos, antes que un número más del aula.

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