Opinión

ESTATURA DEPORTIVA

Con no escondida satisfacción acompaño el madrugador y negro café de la mañana con la reflexión que en este mismo espacio hace quien es compañero y firma en líneas compartidas. Aplaudo, al igual que hacía ayer aquí mismo Manuel Orio, los éxitos colectivos de un deporte capaz de regalarnos alegrías sin medida en calidad de reyes de cualesquiera sean las competiciones con las que se enfrenten. Es, sin embargo, y como tal la expreso, menor mi capacidad de sorpresa pues es la mía numantina resistencia a ceder a la consideración que son los éxitos de ahora consecuencia urgente. Más aun me gusta pensar es el premio de hoy resultado de planificación, trabajo, cosecha generacional y buena guía, coincidiendo -eso sí- que no es quien está a punto de irse -de momento aún en calidad de 'ministro' de Deportes- responsable de nada, más que de haber levantado en subversión a más de un iracundo y cabreado españolito, engañado ciudadanos y haberse reído a la jeta de un país que no ve el momento en que luzca dorado retiro en su León natal. De la estatura (la deportiva, que de la otra ni hablamos), nuestra generación -la suya y la mía, estimado Orío- nada tiene ya que ver con las que uno ve a diario, que más parecen éstas de bigardos y altaneros, estando usted y justo es reconocerlo, de centímetros mejor dotado que el que esto hoy escribe.

Hablando de deporte, y no tan lejos, a uno ya empiezan a cansarle, siendo seguro la edad propia en buena parte culpable, modos altaneros, ínfulas de grande aun siendo pequeño en forma, proyección y modos; pecado de vanidad, equivocada creencia de aquellos que, sin nada, tienen aún todo por demostrar. Mejor iría si estos, con las vitrinas tan vacías como está su cabeza, aprendieran de aquellos que, aun habiéndolo ganado todo, a gala llevan humildad y entrega, aunque sólo fuera porque la prepotencia no les pagara en justa y pública negación de aprecio

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