Opinión

Generación COB

Aún no habían nacido cuando aquellos tres últimos puntos de Juanjo Bernabé en el final de la serie en Menorca devolvían en mayo del año 2000 al COB a la ACB. Nunca vieron jugar al equipo que dirigía entonces el granadino Sergio Valdeolmillos ni padecieron los años posteriores al retorno de los ourensanos a la élite nacional, viviendo ahora el nuevo regreso como el primero y más ilusionante.


Lucen orgullosos, muchos la mostraron como seña de identidad el martes y en el inicio de la serie en la cancha ourensana, la camiseta conmemorativa del ascenso del 89 y han escuchado mil y una veces en casa el relato de los puntos finales del "Titi" en Alcalá, el de los años siguientes, y el de los sucesivos desencuentros de un club empecinado al tiempo en reivindicarse aun en contra de lo que sus propios pasos marcaban.


Son capaces de repetir sin inmutarse alineaciones, cincos y hasta resultados de las series finales de la NBA aún en juego, de recitar los mejores cincos de ACB, de inventar diabluras y escorzos imposibles a los mandos virtuales de sus equipos de consola. Juegan en cada recreo, entrenan cada semana y hacen del regastado balón de mini prolongación de lo que tantas veces han seguido sin poder apartar la vista de la pantalla.
Los dos primeros ascensos del que ya es su equipo pertenecen a la generación de sus mayores, de ellos aprendieron nombres, citas, fechas y devoción por colores y símbolos hechos y guardados ya como propios.

El codiciado regreso a la ACB ha tenido en ellos, en la renovada generación COB, muestra garante de futuro y esperanza del club por el que vieron no pocas veces desesperar a padres y hermanos mayores y al que han aprendido a querer desde dentro. Sufren como el primero, dejan la voz en cada partido y son tan constantes en las alegrías como vehementes en el entusiasmo.

Bendita “irreverencia"
Conocen al dedillo jugadores, trayectoria, rivales y hasta el número de zapatilla de cada uno de los nombres a los que persiguen "irreverentes" en cada final del partido en busca del selfie, el abrazo, la sonrisa cómplice de una plantilla tan querida como sorprendente e identificada con los suyos. Adoran a Arco, jalean y respetan galones y experiencia de Rivero o Rejón, imitan a Suka, se reflejan en los jóvenes y adoran a los maestros. Ensayan aquel bloqueo imposible, la canasta ganadora, la defensa más agresiva, el rebote más ajustado.


Disfrutaron como niños y como niños tardaron en encontrar el sueño cuando el martes, al regreso del Pazo todavía recordaban la salida de su equipo a cancha, el sufrimiento del primer cuarto, el arreón del segundo y el despegar tras el descanso.
Son los más jóvenes de la nueva generación de un equipo ahora sí, y en buena parte por y gracias a ellos, en comunión y sintonía con el deseo de una ciudad huérfana hasta ahora de referentes y espejos deportivos en los que mirarse.


Ourense firmó el martes, por derecho propio, plaza en la Liga tantas veces soñada por los que se entregaron en justísima correspondencia a los colores de una afición entusiasta y entusiasmada. El Pazo no pudo decirlo más claro, despejando de una vez el camino para los que juegan ahora su particular serie contra tiempo y obstáculos. Por ellos...

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