Opinión

Y ESO QUE LO INTENTO

No lo entiendo, y puede usted creer que lo intento, pero es superior a mí. Lo intento cada mañana, en la primera lectura de la prensa con el café temprano y lo sigo intentando con el posterior a eso de las doce. Lo intento luego, rebuscando en el dial -¿se sigue llamando así?- y en cada tertulia de pseudoexpertos que me tratan como si me conocieran de toda la vida y hablan con absoluta confianza de entornos hostiles, primas, macros, micros, patrimonio, ibex, crisis e impuestos.

Lo entiendo menos aún cuando son Grecia, Italia, la cercana Portugal o España las que desfilan ante mí en términos de catástrofe mayúscula y los expertos de antes me siguen hablando de rescates, aislamientos y operaciones de salvación y catarsis colectiva. Menos aún lo entiendo, e insisto por intentarlo no será, en la cola del banco -que por cierto, ya puedo ir buscando otro porque el de siempre me lo cierran-, cuando salgo a la calle, y menos cuando aquello de la Champions numérica es ya 'abismo irreversible', o cuando el ahora candidato, que tuvo en mano ejecución y mando, habla de 'incomprensible retraso' en una operación de riesgo con las cajas que debió hacerse 'antes y más deprisa'. Sigo en un 'ay' y aún es peor cuando me hablan del precio del crudo y, en consecuencia supongo lógica, pagó más veces lo mismo por llenar la mitad en la estación de servicio.

Con depósito y bolsillos en la reserva, la cuenta en regresión y un dolor de cabeza de proporciones faraónicas, me tomo otro café que yo también 'me duermo', y aún lo entiendo menos porque el euro de hace solo unos meses es ya 1,20, y eso que ni me siento para no gastar y seguimos subiendo... Por no hablar de los libros del cole, la bolsa de la compra, la barra de pan o el jersey de temporada, que entonces me da la risa. Usted me perdonará, seré muy torpe, pero yo cada vez lo entiendo menos.

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