Opinión

El 8-M y Clara Campoamor

Este viernes 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer y una vez más la izquierda intentará apropiarse de una causa que es transversal a las ideologías y que, en realidad, la izquierda política no abrazó hasta que no le quedó más remedio. Las sufragistas estuvieron inspiradas por el pensamiento liberal. La primera gobernante en promulgar una ley de aborto fue la liberal Simone Veil, en Francia (1975). ¿Cuántas mujeres ocuparon los más altos cargos en los satélites de la URSS? ¿Cuántas en los regímenes comunistas actuales como China, Vietnam o Cuba? Hay toda una tradición de feminismo liberal y libertario que es anterior y más profunda que la de la izquierda. Más allá de figuras de la Antigüedad clásica como Aspasia de Mileto o Hipatia de Alejandría, debemos mirar en la edad moderna a la británica Mary Wollstonecraft, exponente de la Ilustración liberal. No se entiende el feminismo sin el liberalismo, el sistema reformista que sacó a Occidente de la larga noche del oscurantismo. Confinar a la mitad de la población a tareas del hogar no sólo frustraba las aspiraciones de esas personas, sino que era una pérdida de talento para toda la sociedad. El liberalismo y su expresión económica, el capitalismo, liberó a la mujer. El socialismo tendió a mantener sus grilletes culturales y ponerles además, como a los hombres, las nuevas ataduras derivadas del colectivismo extremo y de la sumisión total al Estado. La primera mujer elegida como jefa de Estado fue la presidenta de Islandia, Vigdís Finnbogadóttir en 1980, y no fue de izquierda, como tampoco lo fue la primera ministra británica Margaret Thatcher, la primera mujer que ocupó durante bastantes años el cargo político ejecutivo principal de su país, sosteniendo y ganando una guerra y también una dura pugna con los sindicatos.

Pero quizá el caso más evidente de cómo el liberalismo insufló el pensamiento político que liberó a las mujeres, mientras el socialismo se opuso, lo tengamos en nuestro propio país, concretamente en el enfrentamiento entre la parlamentaria liberal Clara Campoamor y la socialista Victoria Kent. Ambas habían sido electas como diputadas a Cortes Constituyentes en 1931, pero sólo los hombres pudieron votar. Por mucho tiempo que pase siempre se recordará que la liberal luchó a brazo partido por el voto femenino, mientras la socialista trató de impedirlo porque, según la izquierda, las mujeres españolas no estaban preparadas para ejercer ese derecho. Temían los socialistas que, influenciadas por los curas, las mujeres fueran a votar masivamente a la derecha. Como oportunistas que son, prefirieron mantener políticamente cautivas e inactivas a las mujeres antes que perder las elecciones. En 1935, tras no resultar reelecta al Congreso, Clara Campoamor escribió su libro “Mi pecado mortal. El voto femenino y yo”. Mientras los socialistas se creían legitimados para ejercer una tutela cultural y política sobre las mujeres, considerándolas poco menos que menores de edad, la diputada liberal marcó un hito decisivo en la historia de España y en la liberación política de la mujer. El voto femenino se aprobó y gran parte de la izquierda terminó por sumarse, aunque figuras tan relevantes como Indalecio Prieto se negaron. Clara Campoamor no se conformó con esta aportación primordial, sino que también participó en la reforma jurídica que dotó a España de su primera ley de divorcio.

Cuando la izquierda se arroga la propiedad de la libertad religiosa, cabe recordarle que en los países del otro lado del Telón de Acero trazó alianzas espurias con la jerarquía de la religión dominante y que los países comunistas aplastaron cualquier religión minoritaria y lo siguen haciendo hoy, por ejemplo en el caso de los musulmanes y cristianos de China. Cuando la izquierda se adueña del libre pensamiento, hay que señalar que la masonería no sólo fue perseguida por las dictaduras de derechas sino también por las de izquierdas, y que Clara Campoamor fue una de las primeras mujeres masonas de España. Cuando la izquierda se apropia de la causa LGBT, hay que recordar que en la Cuba de Castro y del Che Guevara estas personas acababan en campos de concentración bajo el eslogan de “el trabajo os hará hombres”, paráfrasis del criminal lema nacionalsocialista de Auschwitz, mientras los libertarios estadounidenses desempeñaron un papel clave en los sucesos de Stonewall que desencadenaron la liberación de estas personas. Cuando la izquierda se dice liberadora de etnias oprimidas, recordemos cómo fueron los sindicatos de izquierda quienes más se opusieron a la libertad laboral de los negros en Norteamérica, por miedo a la competencia, y veamos cuántos representantes de minorías hay en la nomenklatura china o cubana. Y cuando la izquierda se dice defensora principal de las mujeres, hay que responderle con una sonora carcajada. No es verdad. La tradición feminista moderna nace del liberalismo clásico y del libertarismo. Nada ha hecho más por la mujer que la libertad económica capitalista como motor de su equiparación social, profesional y política.

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