Opinión

América Latina pierde el centro

La derecha civilizada, ya sea liberal, libertaria, democristiana o conservadora, parece haber desaparecido casi por completo en América Latina. En su lugar, ha surgido un movimiento de amalgama que supera todas esas facciones legítimas y las mezcla y anula. Las elimina por absorción y da lugar a algo nuevo: el nacionalpopulismo. El fenómeno viene de la Alt-Right y el MAGA (“Make America Great Again”) estadounidense, pero ahora se apoya también en el nacionalpopulismo europeo, que ha desembarcado allí de la mano de Disenso, la fundación de Vox, y, en menor medida, de las entidades equivalentes de Hungría. Cuánto apoyo del Estado húngaro, y quizá del ruso, hay en todo esto, está por ver. Cuánto hayan podido ayudar personajes como Steve Bannon o entidades religiosas extremistas como El Yunque o algunas organizaciones evangélicas, también es por ahora motivo de especulación. Pero lo que sí está probado es que esta estrategia está hundiendo las posibilidades prácticas de que América Latina se libre de la extrema izquierda. 

Esta derecha nueva es en todo el mundo incivilizada, disruptiva hasta lo violento (véanse los hechos del Capitolio en enero de 2021). Es una derecha que ha dejado atrás el fair play de los conservadores históricos, desde Reagan a Thatcher, y se ha vuelto tosca, populista, barriobajera. No es, o no solamente, una estrategia para ganarle los barrios obreros a la izquierda. Es su nueva esencia, su sentir. Lo vemos en Vox, un partido cada día más obrerista, que cuenta ya con su propio sindicato, y lo vemos en los países europeos donde esa facción gobierna, principalmente en Hungría. Esta derecha se declara post-liberal y, de hecho, intenta deshacer la obra histórica del liberalismo clásico a lo largo de los últimos tres siglos de la evolución cultural humana. Como mínimo, intenta dar marcha atrás en los logros de las últimas siete décadas, desde la última guerra mundial: la equiparación de la mujer, el fin del racismo, las revoluciones sexual y espiritual de los sesenta y setenta, la liberación de las personas homosexuales, la paulatina desjerarquización y movilidad social, la revolución tecnológica que ha empoderado a los individuos frente a los grupos y el Estado, la globalización económica y sobre todo la cultural, y un largo etcétera. Para la derecha nacionalpopulista y mística, todo ese “sindiós” es culpa del liberalismo. Hablan de una batalla cultural contra la izquierda, pero en realidad no es contra ella, sino contra todo el conjunto de fuerzas sociales y políticas del marco que conocemos como democracia liberal. Siempre apoyarán antes a un Pinochet que a un liberal clásico.

Y al perder deliberadamente el centro político, porque va en su ADN hacerlo y no miden las consecuencias, estos nulos estrategas están condenando al centroderecha, o a la derecha normal, a perder elección tras elección. Nada es más estúpido en política que regalarle el centro a tu adversario, y eso es exactamente lo que estos inútiles están haciendo una y otra vez. Gustavo Petro ha ganado la primera vuelta de las elecciones a la presidencia de Colombia, y quizá se alce con la victoria. Y si pierde, el presidente será un populista híbrido con rasgos de ambos extremos, parecido así al salvadoreño Bukele o incluso al peruano Castillo. Son perfiles que enlazan con el veneno ideológico sembrando por los colectivismos de izquierda y derecha durante muchas décadas. Son intervencionistas de izquierda en lo económico e intervencionistas de derecha en lo cultural. Un desastre sin paliativos. 

Si la derecha liberal, partidaria realmente de los mercados libres y del comercio exterior abierto, quiere tener opciones de recuperar el poder político para impulsar la libertad económica y el crecimiento, tiene que renunciar de una vez por todas a la radicalización en materia moral, que la conduce inexorablemente a perder el centro. Alimentar esa derecha nacionalista, identitaria, moralista y antigua hasta la más podrida ranciedumbre, es una receta segura para el desastre político, electoral y social. O la derecha latinoamericana se deja de crucifijos y de exaltaciones patrióticas y vuelve al liberalismo, o le estará entregando la región entera a la izquierda, envuelta en papel de regalo y con un lacito rojo.

Es incomprensible que estos nuevos derechistas radicalizados sean tan suicidas. No es posible. ¿O sí? Tal vez sí, tal vez todo parta de la soberbia ideológica y confesional extrema en la que ha incurrido el conservadurismo, y en la que están cayendo algunos liberales y libertarios. No hay manos suficientes para tanto facepalm como merecen por burros. Que sigan por ese camino ultra, y ya veremos como acaba la “batalla”. Quizá con una América Latina cien por ciento chavista. Es la radicalización derechista la que ha llevado a perder Chile, el otrora motor regional. Argentina y México están como están, y en Brasil puede volver Lula. Felicidades, neoderechistas, nacionalpopulistas. Lo estáis haciendo muy bien. Lo estáis bordando. Sois unos genios de la estrategia social. Mientras, la izquierda sonríe contenta de tener rivales tan bobos, y lleva a la región al desastre total bolivariano.

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