Opinión

Delante de los niños no, por favor

Cuando el teléfono móvil era todavía una entelequia, el GPS un secreto militar, las carreteras –en cuanto al trazado y a la seguridad- tenían al menos cien años y Galicia un Macondo lleno de caciques que en muchos casos no sabían ni hacer la O con un canuto, me contrató el Ayuntamiento de Gondomar (Pontevedra) para llevar en helicóptero a los Reyes Magos. La Guardia Civil, aunque demasiado antigua como para no saber llamar a las cosas por su nombre, se llenó de tirillas y jefezuelos que, en connivencia con politicastros y arribistas civiles (acordaros de Roldán y compañía), ponían cagadas como huevos prehistóricos. Puro realismo de asco.

Pues bien, me puse el uniforme, la corbata, la insignia con el pato y la hélice clavada en el pecho y los galones de romano, y allá que me fui con sus Majestades de Oriente. El campo de fútbol estaba a rebosar. Mientras procuraba hacer diana en el centro, lo más alejado posible de los cientos y cientos de niños que aguardaban expectantes y emocionados el aterrizaje del helicóptero y el advenimiento de los Reyes mágicos, veo venir a toda (mala) hostia un picoleto que, en un desbarajuste de hombros, cuello y antebrazos me hace señas desesperadas.

Casi de náufrago. ‘Pobre –pensé- quiere ayudarme con la maniobra de aterrizaje pero no tiene puta idea del asunto’. Tanto se acercaba el solícito y convulso señalero que el torbellino ventoso generado por el rotor del helicóptero le meneaba la cartuchera, y él tenía que echar mano a la vez a la pistola y a la gorra, en una contorsión casi circense. Total, que mando desembarcar a la carrera a Melchor, a Gaspar y a Baltasar y despego de tapón, antes de que el ‘Van de verde’ aquel se metiera debajo de las aspas. Uf.

Pues resulta que nada más regresar al helipuerto me llaman de la Comandancia de la Guardia Civil y me acusan ni más ni menos que de darme a la fuga y hacer caso omiso a las indicaciones de un agente del orden. Y me lo pasan. ¡No! ¡No es verdad! ¡No me lo puedo creer! ¿Y eso? “Es que necesitaba comprobar su documentación”, me aclara el picoleto. ¡Pero qué documentación!: sabes cómo me llamo, sabes mi teléfono, sabes dónde trabajo, sabes dónde está el helipuerto, sabes quién me contrató ¿y querías pedirme la documentación el día 5 de enero, a las 5 de la tarde, delante de cientos de niños llenos de ilusión y de sueños? ¿Acaso pensabas que venía de Oriente? ¿Que necesitaba hacer primero Aduanas? ¡Por favor! “Es que me lo ordenó mi teniente”. ¿Cómo se llama tu teniente? Y claro, ahí ya caí en la cuenta. Tenía yo a la sazón desavenencias empresariales con un cacique local muy amigo de las fuerzas del (des) orden. Tate. Blanco y en botella. 

El caso es que yo he nacido en un cuartel. Y la Benemérita, lejos de acojonarme, me reconforta que no veas. Bastante más que los políticos, por cierto. Habrase visto semejante desfachatez: Reyes travestis, reinas magas, hispters, cabalgatas de payasos, payasadas, fuego fatuo, representaciones zafias, modernismo rancio, políticos de mierda siempre a la greña, siempre por las ramas, siempre malbaratando partidas presupuestarias en espectáculos esperpénticos, incapaces de crear nada que nos una, empeñados en desbaratar lo que funciona y nos relaja, igualdad desigual e iconoclasta, niñas ‘Jesusas’, cretinismo, obscenidad, pajes desnaturalizados. Paja. ¡Pura paja! Pero delante de los niños no, por favor. A los niños, se les respeta. Sinvergüenzas.

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