Opinión

A todas ellas

A los millones y millones de mujeres violadas cada año en todo el mundo. A las que huyen de la guerra. A las que corren más peligro que si empuñaran las armas solo porque tienen tetas. A las que en los centros de acogida ni siquiera pueden ir solas al baño. A las que para transportar droga utilizan sus cuerpos, como acémilas. A las que lo venden por dinero. A las que tienen hijos en las cárceles así sean convictos y confesos. A las que les mutilan el sexo en tribales ablaciones antihigiénicas. A que les sajan la carne en costosísimas clínicas porque anhelan ser perfectas. A todas estas les digo: me dais lástima.

A las que arriendan sus úteros. A las que se comprometen a no abortar ante notario. A las que aúllan: ¡parimos, luego decidimos!, y sin embargo se callan o prefieren mirar para otro lado. A las que ejercen la prostitución legal, y se unen en matrimonio solo por ganar estatus. A las que en las entrevistas de trabajo confunden escote con currículum. A las que fuman como carreteras aun estando embarazadas. A las que exhiben a sus hijos como objetos. A las que los usan como arma arrojadiza cuando se separan. A todas estas les digo: me dais rabia.

A las que confunden lenguaje corporal con jerigonza sicalíptica. A las que se zahieren a sí mismas con sus armas de mujer y se exhiben como carne y casquería. A las que van con los modales por delante y los principios por detrás. A las que, por eso mismo, se acuestan con quien haga falta. A las que, aun así, se levantan sin resaca. A las que por desayunar con diamantes en el Tiffany’s son capaces de tragar lo que les echen. A las que ponen a uno cachondo y luego se cachondean y se largan. A las que caldean las disputas para comer frías las venganzas. A todas estas les digo: me dais miedo.

A las que usan dos gotas de Chanel como pijama. A las que no usan nada. A las que no encuentran nunca las bragas cuando se levantan. A las que se marchan sin decir ni pío. A las que no hay dios que las haga decir adiós. A las que, aun sin ser Nochevieja, son capaces de mear entre dos coches. A las que te comen con los ojos la merienda. A las que les gustan los hombres con los culos en su sitio. A las que, cuando pasan, les meten un silbido. A las que se dejan seducir con potingues y promesas –incumplidas- que ellas no se merecen aunque ellas sí lo valgan. A las que, menos mal, aún les queda Portugal. A todas estas les digo: me dais risa.

A las que apagan el sol con la mirada. A las que encienden el hogar con su alegría. A las que incendian con su ardor las madrugadas. A las que no tienen pelos en la lengua. A las que sí, y además porque les gusta. A las que te rozan por debajo de la mesa. A las que te besan por encima del mentón. A las mamás primerizas. A las que se levantan cuando el alba aún se arrebuja. A las que desayunan estrés todas las mañanas. A las que nunca quieres que se alejen. A las que siempre temes que se vayan. A las que te hacen sentir inteligente. A las que, tras las disputas, te dejan en el espejo con carmín un corazón. Y un nudo atravesado en la garganta. A las que siempre les da tiempo de llevar los niños al colegio. Y de darles un último repaso. Y de borrarles una mancha con saliva. Y de pintar en su cara una sonrisa. Y de encontrar un hueco en triple fila. A todas ellas les digo: me dais vida.

Lástima. Rabia. Miedo. Risa. Y vida. Sobre todo vida. Sin vosotras se acabaría el mundo. Por eso, como hombre, a todas os respeto; como esposo, a todas os comprendo; y como hijo a todas os venero. A todas, pues, este 14 de febrero.

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