Opinión

Mezquita monumental

Vi Hace ahora cien años que se inauguraba en Barcelona la tercera plaza de toros de la ciudad, La Monumental, cerrada a las corridas de toros desde 2011 por una ley catalana, y que reformada en su año 106, en 2020, podría ser una monumental mezquita, una de las cinco más grandes del mundo.

La familia Balañá, dueña de ese espacio ahora improductivo de 30.000 asientos, está dispuesta a aceptar la oferta de 2.200 millones de euros del emir de Catar, jeque Tamim bin Hamad al Zani, para convertirlo en esa gigantesca mezquita.

Su estilo mudéjar tiene ya un aire morisco que se culminaría con un minarete de 300 metros de altura para enseñorearse sobre la ciudad: “Hasta donde observa un minarete es tierra que se someterá a Alá”, según un dicho musulmán.

Aunque no se permita tal altura, tendrá la suficiente para que los creyentes fanáticos vean Barcelona como obligada a someterse a su fe.

En Cataluña vive alrededor de medio millón de musulmanes, de los que unos 400.000 son extranjeros; Artur Mas promete darles voto a todos en su referéndum de noviembre porque muchos de sus portavoces apoyan su independentismo.

Aparte de ser el principal patrocinador comercial del club, la dictadura catarí, una de las más brutales del mundo, ya es dueña del Barça, “el ejército espiritual catalanista”, a través de inversiones y créditos, según denuncian distintos opositores a la actual directiva.

Los petroeuros están comprando numerosos símbolos de la vieja Europa, e incluso en el Reino Unido, entre otros países, adquieren bellísimas iglesias góticas del declinante cristianismo para convertirlas en mezquitas.

Parece un perturbador vaticinio que lo que fue un monumento de la hoy moribunda cultura popular española, se transforme en un monumental emblema del poder del islam.

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