Opinión

Reconstruir Cataluña

Cataluña no será independiente aunque lo proclamen el gobierno de Carles Puigdemont y el Parlamento autonómico. Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible, dijo Talleyrand, frase atribuida erróneamente aquí a dos toreros, El Gallo y Guerrita. Imposible, aunque millones de catalanes movilizados por la fe y la pasión de las sectas destructivas crean que la independencia prometida por el nacionalismo creará un paraíso como el islamista, con fuentes manando vino, vírgenes (ambos sexos) y billetes de 500 euros.

En este mundo globalizado ninguna de las dos organizaciones que integran económica y militarmente a los países occidentales, la UE y la OTAN, toleraría la desintegración de uno de sus miembros, y menos tras comprobar que Rusia apoya a los separatistas. Nadie permitirá que una Cataluña, aislada para evitar contagios en otros territorios, pueda albergar una base rusa, ya no militar, sino simplemente logística. Por tanto, el Estado deberá administrar su triunfo sobre el independentismo y evitar cualquier actitud violenta de los radicales porque, como también decía el mismo Talleyrand, “hay alguien que tiene más espíritu que Napoleón, que Voltaire, que todos los ministros presentes y futuros: la opinión pública”. Aunque hay contrapeso: “el espíritu sirve para todo, pero a nada conduce” advertía el diplomático tras la Revolución Francesa. 

Tenemos, pues, una poderosa opinión pública independentista movida por un espíritu que no lleva a ninguna parte. Características negativa y positiva que debe administrar el gobierno español.

Rajoy y Ciudadanos deben convencer al PSOE-PSC -suman más de dos tercios del Parlamento-, que reconstruir Cataluña exige volver a antes del Estatuto zapateril, y que una posible reforma constitucional tiene que evitar las sectas nacionalistas, la escuela separatista y el agitprop oficial, como TV3, la Radio Mil Colinas de Ruanda. 

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