Opinión

El comandante que mandó parar

Dicen los politólogos que los dictadores no se mueren cuando lo desean sino cuando lo quieren los que se quedan, una regla no escrita pero claramente documentada que resuelve el paso a la posteridad de los hombres más tristemente poderosos y en general más inhumanos. El tránsito de los dictadores está limitado por la conveniencia, y ninguno se ha ido de este mundo sin que los que permanecen traten de resolver los múltiples problemas que producen esos fallecimientos. Temas relacionados con la sucesión, la disciplina de los distintos estamentos, la continuidad del régimen, la respuesta de los milicos, el control de los disidentes y el ordenamiento adecuado de los sentimientos del pueblo quien sabrá que el amado líder se ha marchado en el momento justo y necesario. Ni antes ni después. Me veo a mi mismo muy joven, con el cigarro humeando en la comisura del labio y una ojeras hasta los tobillos esperando sentado a las tantas junto al teletipo los partes médicos que nos informaban sobre el estado de salud de Franco. Una noche, agotado, confuso y harto ya de que aquel hombre no se muriera o no le dejaran morirse, decidí marcharme a casa a dormir un rato y quiso el destino que fuera entonces cuando, cumpliendo órdenes superiores, el marqués de Villaverde desconectara definitivamente la manguera. Llegué a mi casa, me quité los zapatos y sonó el teléfono. Era el añorado Pepe Larrubia que me daba la noticia. Las campanillas del teletipo había tocado a rebato y Franco se había muerto. Vuelta al periódico.

Fidel Castro se murió oficialmente el sábado aunque uno pueda sospechar fundamentadamente que pudo llevar tranquilamente semanas muerto. O quizá más tiempo. O menos. Si bien hace ya diez años que su hermano Raúl asumió el poder y comenzó a preparar los caminos de la apertura, la revista “Granma” –así se llamaba el yate que llevó a Fidel desde el exilio hasta la isla para iniciar la revuelta- le rescataba del silencio de vez en cuando y le ponía a recibir mandatarios extranjeros para que el pueblo supiera que el comandante en jefe estaba aún en el mundo y Cuba pudiera dormir en paz. Hace sesenta años que el comandante mandó parar como dice la canción pero nada es igual. Ni siquiera el concepto que las nuevas generaciones de cubanos, hartos de aislamiento y deseosos de marcha, consumo, buena vida y libertad, tienen de los barbudos. Es natural y el tiempo pasa para todos.

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