Opinión

Comportamientos mezquinos

No parece inspirar muchas dudas el hecho de que crímenes tan execrables como el ocurrido en Almería en el que un niño de ocho años ha muerto a manos de la pareja de su padre es un episodio tan cruel y tiene tantas facetas de perversidad que precisamente por ello, acaba por sacar a pasear lo peor de nosotros mismos. Se trata de una situación de un dramatismo tan intenso que remueve el interior, sacude conciencias y tiende a regatear el pragmatismo. Arrastra las facetas más oscuras de los medios de comunicación, de la sociedad en general, de la clase política y, por supuesto, de la propia autora de los hechos a la que no le ha temblado el pulso a la hora de culpabilizar al niño al que estranguló con sus propias manos según el informe forense, para responsabilizarlo del hecho. De haberla sacado de quicio con sus comportamientos, obligándola a matarlo que ya tiene tela.

Ana Julia Quezada ha recibido asistencia jurídica de oficio y desde ese momento su actitud ha variado considerablemente. Ha pasado de una negativa absoluta a colaborar en los interrogatorios a otra postura distinta, probablemente aconsejada por los letrados que le han correspondido. Y lo ha hecho ofreciendo esa vertiente de mezquindad que se desprende de la responsabilidad que la asesina confesa atribuye en la comisión del delito al propio niño. Discutió con él, Gabriel apareció con un hacha, hubo forcejeo, ella le golpeo en la cabeza con la parte roma del instrumento y a continuación, ofuscada y sin saber qué hacer, asfixió al hijo de su pareja tratando de ocultar después caóticamente su crimen. Una explicación ilógica y plagada de lagunas que aporta la crueldad añadida de implicar en esta aberración a la víctima.

Hay, desde luego, un buen puñado de preguntas por formular que son seguramente las que la Guardia Civil está aclarando con sus investigaciones y las que el juez que instruye el caso estará tratando de resolver en los interrogatorios a los que está siendo sometida. Todas ellas ponen en duda la versión ofrecida por Ana Julia que parece más empeñada en ofrecer un relato capaz de rebajar su pena que en contar lo que ocurrió de cierto ese día. Puestos a preguntarse, yo me pregunto por qué no se sometió a registro como una de los primeros objetivos la casa en construcción donde la mujer condujo probablemente engañado al niño y donde acabó por darle muerte, pero supongo que todas estas incógnitas serán finalmente resueltas. Por desgracia, ni nada ni nadie nos devolverán al “pescaito”.

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