Opinión

Los ilustrados del Siglo XXI

Las frecuentes escapadas que uno hace a Madrid y que suele emplear en largos paseos, jugosas visitas y asistencia a eventos de calidad a los que uno no suele tener acceso salvo por una excursión al marco capitalino, ofrecen también materiales más que interesantes para la reflexión. El hecho de que sea padre de un buen hijo que se ha buscado los garbanzos muy dignamente por cierto en la capital me permite conectar con una estupenda pandilla de chicas y chicos vigueses que han seguido en el mismo camino y que han recalado en Madrid para labrarse su presente y su futuro profesional en otras tierras que desventuradamente no son las de su ciudad de nacimiento.

Se trata de un fenómeno cultural y social de primera magnitud y me recuerda al que protagonizaron en el siglo XVIII los segundones vascos, navarros y riojanos urgidos de emigración porque las haciendas paternas se regían por las reglas del mayorazgo y a los hijos segundos no les quedaba otro remedio que cruzar el desfiladero de Pancorbo o tomar los hábitos eclesiásticos. Las niñas, eso sí, casaban lo mejor posible. Con mayorones a ser posible,

Aquellos hijos sin herencia eran sin embargo inteligentes y despiertos. Estudiosos, disciplinados y honestos, el tiempo de la Ilustración les otorgó la posibilidad de mostrar su valía y allá se fueron a Madrid para hacerse piña y convertirse en un influyente y laborioso lobby que fundó asociaciones de amigos del país con clara tendencia mercantilista, clubes de debate a la usanza inglesa,  sociedades económicas que captaron recursos, fundaron periódicos y desarrollaron una fecunda actividad empresarial, y otras muchas actuaciones conjuntas que les otorgaron un papel de primer orden en la floreciente España de Carlos III. De allí salieron alcaldes como Armona, literatos como Samaniego, ministros como Ensenada, militares como Churruca y tantos y tantos talentos…

Los vigueses de Madrid son en general muy buenos, hay más jóvenes vigueses entre veinte y treinta y cinco años que en Vigo, y no renuncian a lo suyo. A su acento peculiar, a su Celta, a sus gustos culinarios que se traen de su ciudad, y a su amor incondicional por Vigo. Se ven constantemente, comparten viviendas, se juntan y se quieren. Se adoran, diría yo…

En un Vigo que debería ser suyo no hay sitio para ellos. Alguien debería pensar mucho sobre ello.

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