Pregunté hace días a un amigo experto en movimientos sociales qué era a su entender una “it girl” y me puso en situación recitándome un apretado compendio de atributos que acompañan el día a día de este espécimen humano. La “it girl” es una mujer adelantada a su tiempo que ha sido capaz de derribar ciertas barreras sociales para tomar el control de su vida, a pesar de pertenecer a una clase social en general acomodada. Singular y rebelde, desarrolla sus gustos sin tener demasiado en cuenta los preceptos sociales. Por eso es influyente y atractiva, inaccesible y deseada y su presencia en fiestas y fastos otorgan a la celebración un valor añadido. Son por tanto mujeres ricas y famosas, cautivadoras e irresistibles y dominan los usos y costumbres en algún punto de la Historia.
El protocolo desgranado por mi amigo me condujo a pensar que el ejemplo por excelencia debió ser la reina María Antonieta, y también en la personalidad de esta reinita que dictaba las tendencias de la moda y los gustos en toda Europa se da cita el último y más dramático de todos los puntos comunes que definen el estatus de “it girl”. Es decir, su final casi inequívocamente desventurado. Las “it girl” terminan mal y si nos damos una vuelta por las procelosas aguas del pasado reciente y lejano, convendremos que ser “it girl” está muy bien durante un tiempo, influir, sugerir, imponer y levantar pasiones es muy divertido y produce fama y fortuna hasta que la influencia se acaba y da paso a un periodo con frecuencia altamente desgraciado.
María Antonieta acabo guillotinada sin haber cumplido los cuarenta años y la mayor parte de las “it girl” que recuerdo más próximas en el tiempo han tenido un final ruinoso desde Marilyn Monroe a Jean Seberg o desde Cleopatra a Romy Schneider. Todas ellas se suicidaron por distintos motivos pero no todas las “it girl” históricas han puesto fin a su vida por mano propia sino que, tras una corta vida de éxito y lujo, muchas han terminado en la ruina, solas, malditas y olvidadas.
Es por eso por lo que, en general, es mucho más prudente estar a la mitad de la balanza. Los dictadores de los movimientos sociales acaban engullidos por sus propias creaciones como le paso al doctor Frankenstein con aquel hijo que le salió rana.