Opinión

Imprevisible y dramático

Estamos conmocionados tras las explicaciones ofrecidas en rueda de presa por el fiscal de Marsella sobre los verdaderos motivos que precipitaron el accidente de Airbus alemán que se estrelló en los Alpes pulverizándose prácticamente en una inhóspita y escarpada zona de montaña a casi tres mil metros de altura. En el aparato viajaban 150 ocupantes entre pasaje y tripulación y todos ellos han muerto. El copiloto del vuelo, un joven de 27 años llamado Andreas Lubitz, aprovechó que se quedaba solo en la cabina, se encerró en ella y desconectó el piloto automático. A continuación comenzó a descender tomando los mandos de la nave  y voluntariamente estrelló el avión de morro contra la montaña. Nadie sabe por el momento qué motivos tuvo un joven de sus características con un perfil netamente germano para coronar semejante acción. El relato de este escalofriante episodio está plagado de lagunas y hechos inexplicables, y habrá que esperar a que los investigadores finalicen su tarea para conocer al detalle este caso aparentemente sin parangón en la aviación comercial reciente. Las autoridades descartan por el momento un atentado terrorista y atribuyen su desenlace a un comportamiento inexplicable del segundo de a bordo y si bien en algunas fases de la comparecencia se ha manejado la hipótesis del suicidio el fiscal rechazó esta denominación. “Cuando uno desea suicidarse –aclaró- lo hace en solitario, no acompañado de otras 150 personas. Yo no lo llamaría así”.


Paradójicamente, la conversación entre el veterano comandante del vuelo y su joven subalterno fue distendida y amable durante la primera media hora de viaje y solo cuando el primero de ellos expresó su deseo de planificar el descenso hacia Dusseldorf el copiloto optó por callarse. Aprovechó la salida de cabina del primero para orinar para encerrarse, no permitirle su entrada al regreso y guiar el avión al desastre. Las circunstancias avivan la sospecha de que algo ha más haber porque una actitud como la de Lubitz no puede ni comprenderse ni explicarse. ¿Si el comandante no se hubiera sentido ganas de mear el dramático suceso no se habría producido? ¿Lo habría aplazado Lubitz para otra ocasión mejor? Muchos interrogantes y una certeza. Para la compañía saber que el aparato no falló alivia mucho. Para las familias, el conocimiento de este final convierte el dolor en más insoportable.

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