Opinión

La sentencia del fútbol

Una vida humana no vale todas las victoria obtenidas en un campo de fútbol desde que, a finales el siglo XIX, se establecieron las reglas que regían esta actividad deportiva en aquella reunión de la Taberna de los Masones en la que los pioneros  del juego difícilmente podrían sospechar que  un siglo y medio después, algunos de sus seguidores provocaran altercados de tal gravedad que culminaran en tragedia. 

No lo supusieron los circunspectos caballeros que alumbraron el balompié moderno, ni existía razón alguna para sospecharlo porque el fútbol nació para ser jugado, disfrutado y admirado desde el terreno y desde las gradas, y para sublimar las virtudes de unos jóvenes vigorosos y diestros en el manejo de una esfera redonda de cuero, capaces de divertirse con el ejercicio, recrearse en sus virtudes y transmitir esas sensaciones al candoroso público que comenzó a reunirse detrás de los bordes del campo de juego para disfrutar de aquel hermoso combate pródigo en habilidad, estrategia y potencia.

La evolución del fútbol a lo largo de estos ciento sesenta años de vida –la histórica reunión que alumbró su primer reglamento en la Freemason’s Tavern de Londres data de 1863- ha sido vertiginosa y desde luego más desventurada que esperanzadora porque ha ido generando un  proceso capaz de sacrificar sus valores más nobles  en beneficio de su disparatado crecimiento, enlodando este proceso con la admisión de elementos bastardos capaces de devastar los generosos principios que adornaron sus primeros momentos. Hoy el fútbol ha derivado en un escenario donde se dan cita los peores instintos, donde la ideología extrema ha invadido espacios que no le corresponden y donde su práctica ha generado carnaza suficiente para que por su culpa –por culpa de un ámbito revestido de vileza, corrupción y salvajismo- alguien muera. El jueves, en el curso de una batalla campal entre los hinchas ultras del Spartak de Moscú -a los que se considera los más bárbaros y peligrosos del mundo- y los radicales del Athletic de Bilbao –temibles también por su grado de violencia- un policía vasco perdió la vida. La intervención para tratar de poner orden en una pugna fomentada por una masa furibunda y siniestra que salió a la calle para ir a la guerra, le produjo la muerte.

Ha llegado el momento en que el comportamiento de las fracciones más  tremendas de las hinchadas futbolísticas adquiera el rango de problema de Estado con tratamiento internacional en el que, además de las fuerzas de seguridad del país anfitrión, intervenga como organismo disuasorio la propia FIFA prohibiendo la presencia de equipos cuyos hinchas pueden generar estas tragedias. La supervivencia del fútbol está en peligro cierto.

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