Opinión

Lengua de todos

La ciudad de Cádiz, de acendrado regusto constitucional como lugar de nacimiento de nuestra famosa Pepa -la Carta Magna del año 1812- se ha vestido de tiros largos para celebrar el IX Congreso Internacional de la Lengua Castellana con asistencia de los Reyes y el ministro de Asuntos Exteriores recién llegados ambos de la Cumbre latinoamericana. Esta cita de Cádiz ocupa el puesto número nueve en la sucesión de encuentros dedicados exclusivamente a cuidar y dignificar el castellano, una lengua que hablan 200 millones de personas en el mundo y que, como dijo el Rey en su intervención inicial, crece cada año en escribientes y hablantes. “En 2100 el 6,5 % de pobladores del mundo se entenderá en castellano” anunció el monarca que igual exagera en sus cálculos porque es uno de sus más firmes y devotos defensores. Yo también lo soy no no solo porque no conozco otro idioma del mundo con el obligado nivel como para valerme de él para escribir, una de mis grandes pasiones, sino porque me parece una lengua singularmente hermosa y digna de ser admirada y respetada.

Los primeros ponentes de esta cita que ha sustituido es su edición a la que iba a celebrarse en Arequipa y que no ha podido tener lugar en esta ciudad por imposición de la inestabilidad política peruana, no han dudado en calificar la lengua castellana de “mestiza”, una característica que la ennoblece y la singulariza como depósito y crisol de influencias depositadas por un casi infinito abanico de aportaciones que llegan de todos los rincones del planeta. La actual tendencia en diversas autonomías del territorio nacional que no solo han apostado por solaparla sino incluso por combatirla, no parece otra cosa que un auténtico disparate que atenta contra una lengua hermosa y compartida que es además una herramienta incomparable de unión entre las tierras más dispares y un puente de cultura y concordia que abarca medio planeta.

No entiendo cómo se puede despreciar un tesoro de esta naturaleza. Usar un vehículo privilegiado para convertirlo en enemigo y tratar de sepultarlo es un disparate, sobre todo cuando la convivencia entre lenguas debería ser una de nuestras mejores virtudes.

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