Opinión

Siglos de corruptos

La presencia de políticos corruptos es en España tan frecuente como larga y compleja es su propia Historia, y ha ofrecido ejemplares de tan gran mendacidad que cuesta creer que pudieran desempeñarse con la vileza con la que muchos de estos redomados sinvergüenzas se ha comportado. Poco importa que el marco de sus indignidades fuera la monarquía en su versión absolutista o parlamentaria. También aparecieron en los tiempos más antiguos de la dominación romana, en el imperio o en la reforma, durante los siete siglos de invasión arábiga, cuando en nuestras tierras no se ponía el sol, entre los pícaros y los tullidos de los tercios de la triste España del Siglo de Oro, cuando los reyes lo eran solo por mandato divino, o en la pacata  y brumosa sociedad isabelina de la era romántica casi tres siglos más tarde. En todos los tiempos y en todos los escenarios ha habido mangantes.

La reina gobernadora María Cristina de Borbón casó en segundas nupcias con un oficial de su propia guardia llamado Fernando Muñoz al que convirtió en duque de Riánsares y al que permitió cometer todos los desmanes imaginables hasta que ambos se hicieron inmensamente ricos a base de información privilegiada, mordidas, tráfico de influencias, chantaje, opacidad jurídica, latrocinio, crueldad y bandidaje, hasta el punto de que este sujeto calvo de fuerte personalidad y agrio carácter parece ostentar el título del golfo más grande de un país de golfos. El padre de todos los pícaros muy superior a Rinconete, Cortadillo, Guzmán de Alfarache y Monipodio. 

Ignoro sin embargo si el duque de Riánsares pudiera compararse con los golfos de hoy en día y permítanme que me atreva a dudarlo. Como cada dos por tres sale a flote una trama corrupta que se lo ha llevado crudo y a bocados, ya tenemos sobre la mesa la más actual que amenaza con dejar en mantilla a las viejas tramas de Andalucía que han puesto perdidos a Griñán, Chaves y Magdalena Álvarez, de las mordidas y componendas del caso Gürtel, o los enjuagues del canal de Isabel II de hace cuatro años. La de ahora es, -como en los viejos tiempos- valenciana, y amenaza con superar de largo la antigua cadena de favores que dominó el compadreo y el quid pro quo del viejo Levante.

A día de hoy no es fácil confiar en alguien, así de machacado está el ámbito. El que llegue va a tener que pasarse un año remendando las cortinas de la dignidad, el respeto y la democracia.

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