Opinión

Agua y fuego

En el momento en que esto escribo, Galicia se quema, se quema Portugal, arde Asturias. Una vez más contemplamos impotentes como los montes, los pulmones de nuestra tierra se destruyen. España se consume entre interrogantes agónicos. Estamos envueltos en cenizas como en un sudario gris que exhala olor a muerte. Los montes, el tesoro verde, arde, se quema el corazón que late en el aliento. Estamos de doloroso luto por las vidas humanas perdidas entre llamas, soledades e impotencia, atrapadas sin auxilio ni consuelo. Nadie, nadie está libre. El fuego se extiende y los que lo tienen cerca, sienten el pavor en sus entrañas y ven como su mundo se va en el humo que sube a las alturas y tiñe el cielo de rojo. 

Se quema la memoria del pasado y del presente. Adiós a los recuerdos guardados con amor. Tampoco hay tiempo de huída para los habitantes de los bosques. Las llamas lamen la desgracia. Gran parte de lo maravilloso que veía desde mi ventana perece sin remedio, y una densa y opresiva capa de tristeza cae sobre la ciudad como plomo sin peso. ¿Qué es lo que pasa? ¿A dónde vamos con la eliminación de lo más bello, de lo imprescindible, del tapiz que han ido tejiendo los años? 

Y la lluvia, tan deseada, todavía no cae para inundar y sofocar el ascua ardiente. Los árboles y las miles de vidas que cobijan, se disipan sin que las lágrimas humanas lleguen a humedecer la tierra que se consume en piras programadas. Me cuenta Cecilia, mi querida amiga, posiblemente afectada en sus bienes, que su abuelo, después de la colación de cada día, rezaba una oración a la que añadía: “Dios nos libre del fuego, de la peste y de la guerra”. Petición que en estos momentos queda fuera del alcance de aquellos que sufren el significado de los cuatro jinetes del apocalipsis, que nunca han dejado de cabalgar por el mundo sembrando calamidades sin cuento. 

Ojalá que el próximo día que se publiquen estas letras, esa agua tan necesaria, esa  lluvia clara, salvadora y anhelada, se derrame con toda la generosidad sobre casas y paisajes, ayude a recuperar la armonía de la que estamos tan necesitados, y podamos decir con Juan Ramón Jiménez: “Pájaro del agua/ ¿Qué cantas, qué encantas? / [...] / Sobre tu cantata. / ¡Pájaro del agua! / Desde los rosales / […] / ves gotas de plata. / ¡Pájaro del agua! / Mi canto también […] / es canto de agua. […]”.

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