Opinión

Colores y sentidos

No es la primera vez que escribo sobre el particular, pero es que hay que ver lo que da de sí el chocolate. Además de ser delicioso, sirve para poner eufórico al consumidor, para bañarse en él (terrible en un mundo con hambre), para ahogar las penas del desamor, para chuparse los dedos, para regalos finos, sobre todo si va acompañado de un diamante, para piropear, para que a algunos les salgan granos, para compaginarlo con licores, para que el tránsito se haga difícil, para ponerle sobrenombre a un cantante, para dar a los soldados en circunstancias bélicas, para tomar con churros una tarde de invierno, para hacer tartas, para recompensar al niño si no da la lata a la hora de comer… Uf, el chocolate… ¡Qué rico y que ricura!

Este regalo al paladar es frecuentemente materia de estudio en el campo investigador de las más afamadas universidades. La científica Betina Piqueras-Fiszman, de la Politécnica de Valencia (UPV) junto a su colega Charles Spence, de la de Oxford (Reino Unido), han realizado un trabajo interesantísimo sobre el chocolate líquido, publicado en el Journal of Sensory Studies, sobre como un determinado color de la taza o las características del recipiente en que se tome, aumenta y mejora su sabor e incluso su aroma. Por ejemplo, mucho más positivo y provechoso si es servido en un vaso naranja o crema, a diferencia de otros tonos. El citado estudio demuestra así, que nuestros sentidos aprecian aquello que se ingiere dependiendo de cómo y en que vasija se presenta. Tal vez por eso, la madre y sabia naturaleza, o quien la creó, puso tanto colorido, aromas y sensaciones gustativas en la vida. 

En el experimento tomaron parte 57 personas que evaluaron, prácticamente con tomas, las diversas muestras del sabroso energético, sus sabores y aromas según sus presentaciones. Lo que dio como resultado las elecciones de la mente traducidas en los sentidos del olfato y del gusto. Indudablemente, el ser humano es una maravilla en su extraordinaria complejidad regulada por ese misterio que se aloja en la réplica del interior de una nuez, cobijado en el ático de la persona. Ese es el lugar en el que está la cocina en la que guisa “la loca de la casa”, el crisol en el que se puede transmutar el bien y el mal, y una sala de juegos inmersa en luces y sombras, entre apuestas extrañas, trucos, mentiras y verdades.

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