Opinión

Ideas y creaciones

Esta piel de toro, en la que todos discurrimos como un río, a veces sereno, a veces convulso, está repleta de maravillas que pocos ven y que sin embargo, dicen mucho del carácter e imaginación, miedos y esperanzas, ideas y creaciones de nuestra idiosincrasia. Me refiero a las leyendas, esos cuentos que siempre se basan en alguna realidad, y que después, el ensueño, el espejismo y la invención del pueblo, los adornan y revisten de toda la fantasía que fascina al interesado. Cualquier rincón de España ofrece casos increíbles que absorben la atención. Cuenca, la ciudad de las casas colgadas es uno de ellos, y de todos sus encantos, elegimos hoy la historia de “La Cruz del Diablo”, un mito cuyo título figura en otras localidades con diferentes narraciones. 

Se cuenta que en la citada y preciosa ciudad vivía un joven tan sensual y encantador que todas las mujeres se enamoraban de él. Y él se dejaba querer al tiempo que se aprovechaba de los favores que le brindaban las infelices enamoradas. No contento con eso, no tenía ningún reparo, una vez satisfecho de ellas, en abandonarlas y humillarlas ante el pueblo. Pero la vida es el cobrador tenaz, el recaudador que con más afán pasa facturas a las malas acciones. Y un día se las pasó al joven con bastantes recargos. Resulta que llegó a la ciudad una desconocida mujer, de nombre Diana, cuya hermosura atraía las miradas de todos los hombres, sin que ella diera muestras de ello. Por supuesto el joven conquistador se hico eco de tal presencia y se prometió que aquella belleza caería en sus redes. Y se dispuso con todas sus armas de conquistador a enamorarla, aunque ella se resistía. Pero hete aquí, que en la víspera del día de difuntos, a través de una carta, ella le prometió ser suya, y así, por fin, el galán lograba su presa. 

El día de los hechos, el cielo se desplomaba tormentosamente. La lujuria del joven tomó el cuerpo de la bella con toda su fuerza pero al ir a descalzarla, vio con terror como aquellos finos pies eran autenticas garras y que la amada se convertía en un monstruo luciferino. Era el mismísimo diablo. El joven echó a correr horrorizado en busca de salvación, y desesperado se abrazó a una cruz que había cerca, para que Dios lo salvara mientras el diablo rabioso se echó sobre él, dejando una marca en la cruz que todavía el visitante puede contemplar.

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