Opinión

Miremos las estrellas

No es fácil ver las estrellas. La altura de las casas dejan poco espacio celeste para contemplarlas, y la profusión de luces urbanas borran el brillo de las que aún se asoman sobre la ciudad. No, no es fácil verlas aunque se anuncien como preciosa lluvia y aunque en definitiva no sean astros sino partículas desprendidas del cometa Swift-Tuttle. Hace unos días los privilegiados pudieron apreciarlas. Las Perseidas o lágrimas de San Lorenzo se han mostrado en todo su esplendor y uno no se las figura como un fenómeno natural que sucede todos los años, sino como una maravilla para los ojos, como un regalo no por esperado menos mágico. Es como si por las alturas rompieran la noche infinidad de luciérnagas radiantes. Son afortunados aquellos que saben descifrar parte de todo lo que sucede allí arriba. Entre ellos y en primer orden, los astrofísicos. 

Estos días se encuentra descansando en Ourense, su tierra, Carlos González Fernández, investigador postdoctoral en el Instituto de Astronomía de la Universidad de Cambridge, donde se dedica al procesado de datos para grandes telescopios. Con esta misión, es conocedor de la mayoría de los más importantes telescopios del mundo. Carlos, a quien me honro en conocer desde hace muchos años, y quiero y admiro profundamente como a toda su familia, amigos impagables, es tan importante en su profesión, como sencillo, humano y cercano en el trato. Pese a su juventud, es una personalidad que, junto a otros científicos, observa en el cosmos lo que la mayoría de los mortales quisiéramos saber. Su mirada es viajera en el espacio, en el que la belleza se hermana con las matemáticas y éstas con la poesía de lugares inimaginables y al mismo tiempo, terroríficos.

Así lo resumía otro sabio, al decir que, tanto si estamos solos en el universo como si estamos acompañados, ambas opciones son terribles. Y si no, piénsenlo bien mis queridos lectores. Esa duda es algo que ha inquietado siempre a la humanidad, pero que sólo expertos como Carlos González Fernández pueden dilucidar algún día, si sus ojos o sus oídos encuentran una prueba irrefutable de que existe algo más, o sólo les responde el silencio. Sólo ellos, a través de los inmensos telescopios vigilantes del espacio e incansables en el tiempo, podrán saberlo. 
Mientras tanto, miremos a las estrellas, como ellas nos miran a nosotros.

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