Opinión

Una mina de oro

Su nombre tiene un eco ilimitado. Su persona tiene el don de la ubicuidad. Su historia carece de importancia. Y sin embargo, está en todos los sitios a todas las horas. No se le conocen títulos académicos, pero se mueve en una plataforma desde la que se proyecta en toda su dimensión. Y no hay fin de semana ni día laborable en el que no esté en la palestra. Por ello cobra, según informaciones referentes a su patrimonio económico, más que cualquier sapiente catedrático, sesudo investigador, minero, bombero, astronauta o pescador de alta mar. 

Sobre ella, como fenómeno social, se ha llegado a realizar un estudio en Francia, y aquí da de mamar a cualquier medio de comunicación, fundamentalmente si es televisivo. Tiene adeptos fanáticos fervorosos, y detractores virulentos. Su imagen se cotiza como si de una empresa petrolera se tratara, y sus palabras son pesadas y medidas, criticadas y alabadas, al igual que si en ellas fuese la vida de quienes la siguen para bien o para mal. Es inútil esquivar su presencia, aunque haya empeño en ello, porque incluso a la hora de comer puede aparecerse en el plato. Nunca se ha visto a nadie con tanto arte para sacar partido a un rechazo sentimental, con retoño incluido. Hay genios que dejan su país en busca de más justos reconocimientos, mientras a ella se la entroniza como centro de corazones, sin freno y marcha atrás, parafraseando al genial Enrique Jardiel Poncela. Su historia (?) es una mina de oro inacabable que genera, a quienes la llevan y la traen, pingües beneficios. 

Como buen ídolo protagonista tiene obligatoriamente su antagonista, prefabricado o no, que también saca tajada, aunque en menor medida. Para mover el negocio todo vale. No importan las razones, la ética, ni el sentido común. Para arroparla ante cualquier evento desfavorable tiene una guardia de corps que cierra filas a su alrededor para que el negocio no se venga abajo. Y es que, queridos lectores, hay quien nace con una flor ahí, o bien llega al sitio oportuno en el momento oportuno. O tal vez da con un país libre de problemas y preocupaciones. A fin y al cabo, lo importante es pasarlo bien a costa de lo que sea. Estamos en tiempos en los que determinados circos (con perdón de los dignos profesionales de verdad) gozan de inmejorable salud. Ya lo decía el gran Quevedo: “Poderoso caballero es don dinero”.

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