Opinión

Estigmatizados

Esta dichosa pandemia no sólo está haciendo temblar los pilares de la medicina y la salud pública, sino que además zarandea la economía mundial, agudizando la brecha entre países ricos y pobres, y crispa nuestras relaciones sociales. De la solidaridad inicial, fruto del terror a lo desconocido, hemos saltado a la conflictividad permanente, cuestionando todo los que ocurre en un mundo incapaz de procesar y digerir toda la información que genera. Lo relacionado con esta pandemia no iba ser menos. 

Si repesamos la historia, contemplamos cómo las patologías infecciosas han servido para estigmatizar a sus enfermos. Ocurrió con la lepra, castigo divino en la antigüedad. Sus infortunadas víctimas padecieron destierro, condenadas a la soledad de los caminos, obligadas a alertar de su presencia con macabros reclamos, pereciendo aislados en lazaretos y leproserías. “Molokai: la isla maldita” (Luis Lucía, 1959) es una película española de posguerra, inspirada en las desventuras del Padre Damián (Vicente Escrivá), el santo misionero belga que consagró su vida al cuidado de los leprosos confinados en aquella remota isla del Pacífico. 

Señaladas han sido las enfermedades de transmisión sexual, especialmente la sífilis y la gonorrea, consideradas durante mucho tiempo la misma enfermedad. Se calcula que el 15% de la población europea era sifilítica en el siglo XV. Los españoles la denominaban mal francés, y los franceses mal español. El poeta y cirujano Girolamo Fracastorio bautizó esta enfermedad estigmazante y le añadió el sobrenombre de morbo gálico, incluyéndola en su “De contagionibus”, de 1584. Y aunque muchas celebridades fueron sifilíticas, varios papas de Roma inclusive, nunca consiguieron librarse del rechazo social que generaban, degenerados, libertinos y de costumbres morales disolutas. En su día también fueron estigmatizados los tuberculosos, recluidos en sanatorios especiales, y actualmente lo continúan siendo los enfermos mentales. 

Durante la década de los 80 del pasado siglo XX, otra pandemia de devastadoras dimensiones marcó a legiones de prójimos: la infección por VIH y el sida, que llegó a denominarse el cáncer de los homosexuales. Una vez más, olvidamos que la pobreza, una escolarización deficiente y nuestro código postal influyen más a la hora de enfermar que nuestro código genético. 

Ahora, le ha llegado el turno a la Covid-19, especialmente durante su última oleada. Somos testigos de la censura contra el comportamiento social de muchos infectados, al considerarlos responsables de la diseminación de la enfermedad, causantes de las medidas sociales restrictivas y de las cuarentenas obligatorias para sus posibles contactos, y de sus consecuencias económicas negativas que todos seguimos padeciendo. Es hora de evitar añadir más calamidades a esta pandemia, y señalar a los enfermos es una de ellas.

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