Opinión

La guerra en nuestra puerta

A veces tengo la impresión de que a los primates humanos nos fastidia vivir tranquilos. El número de envases de ansiolíticos y antidepresivos despachados en las farmacias está ahí, para corroborarlo. Tras dos largos años de una pandemia que todavía no nos hemos sacudido de encima, y a expensas de que al coronavirus SARS-CoV-2 no le dé por mutar nueva y peligrosamente, el sátrapa del Kremlin se ha empeñado en fastidiar unos de los carnavales más necesarios de la historia. Otra vuelta de tuerca a nuestra existencia.  

Afirmamos que la guerra está llamando a nuestras puertas porque, aunque las hostilidades se desarrollan lejos de las fronteras españolas, conocemos vecinos ucranianos que están viviendo estos días con angustia y temor. Parece ser que ahora sí nuestros ojos ven y nuestros corazones sienten. También hemos escuchado las voces de los ciudadanos rusos contrarios a los desvaríos bélicos de sus dirigentes. 

Desde la Guerra de los Balcanes no habíamos sentido tan cercano el fragor de las armas y el amargo olor de la desgracia. Recordamos de nuevo a los enfermos mentales que entonces fueron abandonados a su suerte, mientras las tropas rivales avanzaban y retrocedían, deambulando aturdidos por tierra de nadie. Me sorprende la entereza del pueblo ucraniano, viviendo desde hace años bajo la amenaza violenta y expansionista en sus propias puertas, convencidos de la victoria a pesar de la tremenda desproporción militar. 

Las estaciones del Metro de Kiev se han convertido en improvisados refugios antitéticos, como en la Guerra Civil española o durante The Blitz, los bombardeos nazis soportados por los londinenses durante la Segunda Guerra Mundial. Con diferentes rostros y vestidos, los niños han abandonado sus hogares, parques y escuelas para sentarse a esperar a cubierto el cese del estallido de bombas y proyectiles. Podemos imaginarnos la situación de los enfermos en los hospitales y los sanatorios, la de las personas mayores y más frágiles en las residencias de ancianos o al cuidado de sus familiares. La escasez de agua, combustible, alimentos, vacunas y medicamentos, la ausencia de calefacción en un invierno al que todavía le quedan semanas para despedirse. Nos impresiona que tantas calamidades ocurran tan cerca, en la vieja Europa, cuyos dirigentes se limitan a tibios discursos sancionadores. Pero así llevan décadas en Oriente Medio, en los campos de refugiados cebados por los conflictos de Afganistán, Irak, Siria y tantos otros lugares del mundo. Con apenas lo puesto encima, se calculan en varios millones los desplazados de Ucrania por la guerra de Putin y sus oligarcas. Pero ¿cuántos millones más de prójimos de deportados sobreviven en este planeta? ¿Cuántos son empujados al exilio por la miseria y las guerras en sus países? Por el momento han salvado sus vidas, a cambio de una miserable existencia. ¿Por cuánto tiempo? Al revés que el resto de los animales, sostiene Aloysius que los primates humanos parecemos condenados a elegir a los dirigentes mas inadecuados. ¿Por qué será?

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