Opinión

Medicinas románticas

En las barberías, y en las peluquerías, adquirimos a veces extraños compromisos. Mientras las tijeras dibujan arabescos en el aire y los cabellos cortados se preparan para ser barridos por la escoba, los parroquianos parlotean sobre cuestiones comunes relacionadas con el Bien y el Mal; ya saben, la salud y la enfermedad, la paz y la guerra, la virtud y la corrupción, la mano dentro o fuera del área. Para cumplir una promesa, el solícito Aloysius nos ha encargado comentar ciertos remedios capaces de endulzarnos sanamente nuestra vida cotidiana, para hacernos más afectuosos todavía. Por supuesto, no tienen por qué ser medicamentos.

El poder de curación por la palabra es ancestral, y pudiera residir incluso en las fuentes del mismísimo psicoanálisis. Acabamos de celebrar el Día de San Valentín, el día de los enamorados. Y tras tanta resaca sentimental y comercial, recordamos la palabra comprometida. Hemos contemplado por ahí unos coquetos botes de cristal repletos de cápsulas multicolores. Se adquieren en las tiendas de regalos, y también en Internet, el mercado global. Como si fueran las galletas de la suerte de los restaurantes chinos, cada cápsula contiene en su interior un papelito con una frase amorosa, destinada a la persona amada, para que así cada día se tome una dosis de cariño y pasión. Desconocemos su éxito comercial, pues el amor ahora intenta florecer en tiempos del WhatsApp. Por otra parte, nuestro cerebro fabrica oxitocina, popularmente conocida como la hormona del amor. Su etimología griega la relaciona con el parto y la lactancia. Además de comportarse como una hormona capaz de dirigir el parto y estimular la lactancia materna, tan necesaria y beneficiosa para los recién nacidos, posee otra importante misión como neurotransmisor en el sistema nervioso central (SNC), modulando las sensaciones placenteras que experimentamos durante el acto sexual y otros comportamientos sociales, sentimentales y parentales satisfactorios. Su síntesis artificial le valió a su descubridor, el bioquímico estadounidense Vincent du Vigneaud, el premio Nobel de Química en 1955. Los fármacos análogos a la oxitocina se utilizan en veterinaria y en medicina para inducir y favorecer el parto y la lactancia, siempre bajo la supervisión y el control profesionales, pues no están exentos de graves efectos secundarios. Por eso Cupido maneja sus inocuos dardos del amor, y nunca inyecciones de oxitocina. 

A pesar de todo lo que le hemos comentado, nuestro avispado interlocutor se decanta por los inhibidores de la fosfodiesterasa como las drogas favoritas del amor. Nos estamos refiriendo al grupo farmacológico liderado por el sildenafilo, los famosos comprimidos romboidales azulados concebidos en su día para el tratamiento de la hipertensión pulmonar, y que la diosa Fortuna, aliada con Eros y Afrodita, descubrió para tratar la disfunción eréctil masculina. Dejando a un lado su uso lúdico, este grupo de medicamentos ha demostrado su utilidad en el tratamiento de la impotencia, siendo capaz de incrementar el flujo sanguíneo en el pene durante la estimulación sexual. Su efecto es limitado, y por tanto no curativo. Y tampoco actúa sobre la líbido, como algunos lujuriosos creen erróneamente.

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