Opinión

El viaje a ninguna parte

Afrontamos el fin del 2021 prácticamente con las mismas inquietudes que el 2020, en plena refriega contra el escurridizo SARS-CoV-2 y sus variantes. Y nos está haciendo mucha sangre. Ha encontrado un nicho ideal para reproducirse. No nos estamos refiriendo únicamente a nuestras células, sino a nuestra indecisión y estulticia colectivas. 

Conseguimos fabricar en tiempo récord diversas vacunas para combatir la covid-19, pero el coronavirus todavía no ha sido vencido. Expertos virólogos y epidemiólogos creen que su derrota vendrá por dos caminos distintos. El primero, el descubrimiento de una vacuna o un fármaco capaz de esterilizar el virus durante las primeras fases de la infección. El segundo, una mera cuestión ecológica: el predominio sobre las demás de una variante que provoque una enfermedad más leve. Algunos han apostado por ómicron, pero como todavía vamos detrás del virus, no sabemos cómo terminará todo esto. Mientras tanto, reiteramos: el valor de las mascarillas y el distanciamiento social continúa vigente. ¿Qué hemos aprendido al respecto? El SARS-CoV-2 se disemina de humano a humano, peor cuanto más contactos, más cercanos y menos protegidos. De ahí el valor de las mascarillas, tan denostadas durante las primeras semanas de la pandemia, cuando incluso llegaron a ser objeto de burla. Pero pronto la dura realidad despertó nuestras conciencias. Ante la escasez inicial de mascarillas, muchos recomendamos restringir su uso al personal sanitario. Nos encontrábamos entonces inmersos en la desesperación, con los profesionales enfrentándose a la enfermedad en condiciones de franca inferioridad, sin apenas recursos para su protección. Hasta se produjeron episodios de rapiña en algunos centros sanitarios. 

Su fabricación masiva en China exacerbó la dependencia mundial, hasta que por fin comenzamos a movilizar nuestros recursos para su elaboración nacional. ¿Se acuerdan de las donaciones, de las mascarillas de tela, confeccionadas por las amas de casas a golpe de máquina de coser? Cuando aceptamos que el coronavirus se transmitía preferentemente por la vía de los aerosoles, tanto mayor en espacios cerrados y mal ventilados, la necesidad de las mascarillas se hizo todavía más patente. El negocio creció y la batalla se trasladó entonces a la repercusión de dicha medida protectora en nuestras tambaleantes economías domésticas. Hubo airadas protestas y la opinión pública exigió al gobierno de España el abaratamiento del coste de las mismas. 

Ahora, en pleno ascenso de la sexta ola, contabilizando de nuevo los casos por millares y las hospitalizaciones por centenares, otra vez los expertos han alzado su voz contra una medida gubernamental carente de toda lógica y base científica. ¿Alguien se imagina que un avión pudiera pilotarse sin que a sus mandos estuviera un experimentado profesional? Los científicos opinan que reinstaurar el uso obligatorio de las mascarillas en exteriores no tiene utilidad y es un desatino, lo mismo que portar un casco protector por la calle y quitárnoslo cuando nos subirnos a la moto. Eso sí, con el IVA de las mascarillas FFP2 al 21%, las que realmente nos protegen de manera bidireccional. De momento, en este viaje a ninguna parte, desabróchense una vez más el cinturón de seguridad.

Te puede interesar