Opinión

De rebajas

Prefiero llorar en un Rolls-Royce a ser feliz en una bicicleta”, dicen que soltó en una entrevista Patrizia Reggiani, entonces esposa de Maurizio Gucci, dueño de la célebre casa de moda italiana; a quien ella acabó mandando asesinar por dos esbirros, en una desopilante trama que podría haber sido perfecto objeto de aquellas tiernas comedias protagonizadas por Marcello Mastroianni y Sofía Loren, si no fuera por el atroz crimen con el que concluyó.

Redonda en la forma, con independencia de que se pueda compartir su fondo, la frase trae a la memoria el título de una telenovela mejicana que se hizo muy popular en España en la década de los ochenta: “Los ricos también lloran”, aunque la mayoría, a lo que se ve, prefiera hacerlo en su Ferrari; ése que algunos acaban cambiando por un Twingo. Claramente, el dinero no da la felicidad, aunque se las arregle bastante bien para imitarla.

Para quien no haya captado aún las referencias -o en el improbable caso de que alguien las desconozca-, este mes de enero será recordado (al menos, durante febrero) por haber adelantado al invierno la canción del verano, si consideramos la lluvia de reproducciones habida por el nuevo éxito de la cantante Shakira, que convierte en un simple charco la de agua caída en Galicia durante el último cuatrimestre.

Pero el mes de enero siempre ha sido asociado -frío aparte- con una actividad que los ricos suelen desdeñar: las rebajas. Excepto Shakira y similares, quién no habrá sufrido alguna vez la triste experiencia de aguardar hasta ver en el escaparate la prenda anhelada a mitad de precio y comprobar, al probársela, que no encaja en la única talla disponible. Adiós estilazo soñado. Si los ricos lloran, los pobres también, aunque vayan en bicicleta.

Parte de la felicidad, de ricos y pobres, quizás consista en sentir que por fin todo encaja, aunque ese ajuste sea diferente para cada persona y pueda cambiar con el paso del tiempo. Pero lo importante, sobre todo, es gozar de la libertad individual para poder decidir al respecto, equivocaciones incluidas, sin que venga nadie a imponernos una talla a la que, prescindiendo de nuestra voluntad, tengamos que acabar acomodándonos.

Algo así pretendía Procusto, posadero del Ática que, en su obsesión por hacer encajar, ataba a las cuatro esquinas de una cama de hierro a los viajeros que acogía, de modo que, si su cuerpo era más largo que el lecho, serraba las partes que sobresalían, desmembrándolo a martillazos para estirarlo, si era más corto. El mito simboliza, entre otros, la intolerancia hacia la diferencia de quien pretende que todo se ajuste a lo que dice o piensa.

Esto se aprecia, en el debate político, con frecuencia y a ambos lados del espectro ideológico, por la incapacidad para reconocer como válidas ideas contrarias, incluso aunque sean buenas. Más aún: parece que, cuanto mejor es la idea del adversario, con mayor fuerza y énfasis hay que combatirla, hasta descoyuntarla, por temor o envidia ante un proyecto tan brillante como ajeno que deje en evidencia los defectos del propio, si existe.

Las rebajas de enero, con sus alegrías y decepciones, en la búsqueda del encaje perfecto al mejor precio, regresarán insólitamente este año, a finales de mayo, con saldos deslumbrantes, todos cortados por el mismo patrón, marca Procusto. Confiemos en que, como complemento, incluyan impermeables de ganga, para protegerse del barro; porque, dado el escenario en que se desarrollarán, difícil será que no sal-pique.

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