Opinión

El besamanos

La ceremonia solemne de la apertura de la XII Legislatura ha sido, además de un acto que atañe a toda la sociedad, el mejor escaparate para definir los verdaderos intereses de los asistentes al acto. En una celebración que lejos de las siglas e inclinaciones políticas incumbe a todos los españoles, la formación morada aprovechó una vez más para demostrar el desprecio que siente por la mayoría de los españoles y por las instituciones que ocupan a todos. Atribuyéndose una pureza más que discutible, arremetió contra la jefatura del Estado con la excusa barata y el chiste fácil del besamanos, cuando todos dan por sentado que la gala ninguna relación guarda con Rita Barberá.

Pero en el fondo subyace su permanente postura de nadar entre dos aguas sin acabar de pronunciarse, teniendo como único norte dividir, una estrategia basada en la indeterminación que alaba la independencia de Valencia o de Cataluña pero sin apoyar abiertamente su secesión, abriendo brechas con las que hacer añicos la cosa pública, buscando fracturar el Estado español pese a nutrirse de él. No es la única incoherencia de una formación liderada por hijos de lo que ellos definen como casta, además de ser especuladores y ricos, que no definen la diferencia con aquello a lo que critican.

La celebración de tan democrático evento está completamente al margen del debate entre monarquía o la república, tema que además de no generar votos constituye una prioridad en los intereses de apenas un 0,1% de los ciudadanos según una encuesta del CIS. Sin duda Iglesias representa a quienes lo votaron, pero omite que se debe a todos los españoles, porque es el conjunto de la ciudadanía quien sufraga su partido y la que paga las nóminas de todos sus representantes, desde el más modesto concejal a cualquier diputado o senador.

El jefe del Estado —sea rey o presidente—, representa al conjunto de la nación, siendo cualquier desaire que se le haga una falta de respeto a todos. Le guste o no, Iglesias tienen el mandato de defender a las instituciones, y si lo que le preocupa es la fórmula del Estado, la Constitución le da la alternativa. Le basta con presentarse a los siguientes comicios con la propuesta de convocar un plebiscito. No tienen más que obtener mayoría absoluta y someter la cuestión de la República a referendo. En tanto eso no suceda, o pese a ello, su hoja de ruta no puede contemplar la polarización del país como medio de ascenso, modelo por sin discusión reservado al fascismo.

Pero lejos de fomentar la convivencia pacífica se muestra como un sujeto tibio que nunca se pronuncia si comunista, republicano, bolivariano, castrista... No porque sea indeciso sino por la ambigüedad con la que oculta su oscurantismo, empeñado en marear la perdiz en temas que a nadie le importa para obviar los que en verdad sí interesan, proclamando una feria de vanidades que omite de dónde saldrán los recursos para sufragar su cacareado paraíso, porque una cosa es predicar y otra repartir trigo.

Iglesias deja entrever como secreto anhelo su ambición por señorear sobre el resto de escaños aunque el poder quede vacante o el país vacío, promoviendo una visión que, rehuyendo las verdaderas necesidades, busca problemas inexistentes, haciendo un diagnóstico falso para aplicar los remedios equivocados. Sin comprometerse a aportar soluciones se limita a denunciar lo obvio o lo que ni siquiera es, aunque sea una táctica sobrada para distraer la atención sobre lo verdaderamente importante, intentando enredar al respetable en trampas que confunden al sentido común, prometiendo construir puentes donde no hay un río.

La única obligación de Iglesias a día de hoy, como político que es, legislar, por más que se empeñe en evitarlo dejando claro que, como dijo el escritor y diplomático mexicano Marco Aurelio Almazán, la política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que realmente sí le importa.

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