Opinión

Divide et vinces

Mientras medio país se monda de la risa ridiculizando a Muhammad Yassin Ahram Pérez —alias El Cordobés—, no tanto por amenazar a España con un discurso anacrónico e ignorante sobre el papel de la Inquisición tras la Reconquista como por ser hijo de Tomasa Pérez Mollejas, los que sí se parten frotándose las manos son los yihadistas de Estado Islámico por el notorio éxito logrado con su atentado en las Ramblas, alcanzando un rendimiento inusitado. Simplemente se han sentado a la orilla para, mirando el río revuelto, cosechar una generosa ganancia de pescadores. Tan siquiera han tenido que molestarse en sembrar la discordia para poner en práctica la vieja máxima latina evocada por Julio César divide et vinces, divide y vencerás.

El Rey -o en su defecto el presidente de la República, tanto tiene para el caso que ocupa-, como jefe de estado es el primer Embajador del país, constando entre sus atribuciones proyectar la industria patria en el exterior y lograr, de ser posible, el mayor provecho para la economía nacional. Tanto en lo que al incremento del Producto Interior Bruto se refiere como coadyuvando en la consolidación del tejido empresarial y laboral. Así lo entendió en su día el hoy rey emérito don Juan Carlos al presidir la delegación que permitió comercializar el AVE de Medina a La Meca, suponiendo para España una inversión de 6.700 millones por parte de Arabia Saudí  o, incluso con anterioridad, el Caudillo al cerrar con Argelia el acuerdo para abastecer de gas al país durante 50 años.

Ante esta tesitura, lo en verdad grave son las acusaciones desde el sector radical catalán contra Felipe VI por viajar a Arabia Saudí para despachar material bélico, utilizando la misión comercial como arma arrojadiza durante las manifestaciones en protesta por los asesinatos de Barcelona y Cambrils,  obviando que los españoles llevan décadas pronunciándose en contra del terrorismo con independencia  del integrismo que lo origine, ya sea el del fanatismo religioso o el del nazismo minoritario que pretende subyugar a la mayoría imponiéndole una patria.

Al respecto queda claro que los críticos se han negado a utilizar el cerebro —al parecer últimamente pensar, además de mal visto, no está de moda—, culpando al monarca de abastecer a una nación que a su vez nutre a los terroristas de Estado Islámico. Basta analizar tan absurda afirmación para echarla por tierra: de ser cierto la armería de Isis llevaría la firma de la contratista de Defensa española Santa Bárbara Sistemas, cuando la estrella del inventario es el popular Kalashnikov de fabricación rusa, adquirido en el mercado negro por los terroristas, autofinanciados con la explotación de crudo extraído en los territorios capturados a Siria e Irak o de los tributos con los que el Califato grava a quienes consideraba súbditos. 

En cuanto a la venta de armas en general, cualquiera con dos dedos de frente comprende que un cañón, un tanque o una ametralladora  sirven lo mismo   para atacar que para mantener la paz merced a la disuasión. Un revólver se puede utilizar indistintamente para agredir o para  desalentar un ataque, de igual manera que una camioneta se puede emplear para trasladar a niños a un colegio, desplazar a un enfermo a un hospital o para llevar a cabo una masacre. El responsable del resultado no son el fabricante ni el comercial de la pistola o la furgoneta sino quien hace uso de ellos, que es en última instancia quien elige y decide su destino.

Para todo lo demás queda la conducta perversa de explotar cualquier acontecimiento para arrimar el ascua a la sardina aún al precio de los mártires, como con tan mal gusto ha demostrado una minoría de catalanes durante la concentración en contra de los violentos, descuidando las consecuencias que acarrea polarizar a la sociedad u omitir que la única forma de abordar la amenaza es permaneciendo unidos porque, como dijo Napoleón, discutir en el peligro es apretarse el dogal.

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