Opinión

Ecología europea

El mundo cambia mientras el tiempo no vuelve ni tropieza. Hay quien en el presente se tiene que conformar con los influencers, en la mayoría de los casos, una caterva de catetos que ponen la actualidad patas arriba con ideas absurdas por las que una legión de elementales babea, dándoles carta de naturaleza.

En un pasado no tan remoto, los influencers eran personas versadas y reputadas, maestros en sus artes. En la mente de aquellos que tuvieron la fortuna de alabarlos, figuran grandes informadores de la talla de Félix Rodríguez de la Fuente o el comandante Jacques Cousteau, quien al palmarés de desarrollar la escafandra autónoma hay que aplaudirle la serie documental de 36 capítulos “El mundo submarino” que, desarrollada entre 1968 y 1975, abrió los ojos sobre un universo desconocido del planeta Tierra, ilustrando directamente a la generación boomer y X.

Después de que en 1971 el comandante Jacques Cousteau, con los medios disponibles del momento, intentó capturar imágenes del fondo del Gran Agujero Azul del Caribe, sería su nieto Fabien quien lograría llegar al fondo de una cavidad de 274 metros de profundidad, donde se pueden leer los sedimentos de los 10.000 años posteriores a la última glaciación. Un hecho insólito al que hay que añadir dos sorpresas y un verdadero drama. Lo sorprendente fue encontrar una bombona de oxígeno y una cámara fotográfica a esa profundidad. Lo dramático fue darse de bruces con un montón de restos de plástico a esa profundidad.

He ahí la desgracia de nuestro tiempo, porque si hay algo que nos define como especie es el rastro de basura que la especie humana va dejando a lo largo de su evolución, aunque lo verdaderamente reseñable es el proceso de autodestrucción al que se somete el planeta.

Hubo un tiempo en el que el Reino Unido despachó sus residuos atómicos en barriles como los usados para el petróleo, donde introducían sus residuos nucleares para luego verterlos en la Fosa Atlántica. Está de más decir que esos envases nunca tuvieron un tratamiento para evitar la corrosión y que, carcomidos por las condiciones marinas, acabarían liberando su tóxica carga al océano.

Una vez que las autoridades comunitarias pusieron freno a esta práctica, decidieron pagar unas migajas a unos cuantos países africanos para ser receptores de su basura nuclear, estados que carecen de medios para almacenar los bidones. El resultado fue que los contenedores están en las playas donde los niños se bañan y los pescadores se cobran sus capturas, mientras los envases permanecen a la interperie contaminando todo por un plato de lentejas.

Y así, Europa salta a todas sus normas absurdas para lo huella de carbono y la producción energética. Después de darle muchas vuelas decide poner fecha a los combustibles líquidos para vehículos pero no a los combustibles fósiles, porque aún no ha determinado cómo va a producir electricidad para tanto coche.

Dejando al margen el problema logístico de abastecer de electricidad en una estación de servicio a 100 coches en media hora, cabe preguntar de dónde va a salir la electricidad para alimentarlos. La electricidad industrial no se puede acumular sino que hay que prever, es decir, adivinar, cuál será la necesidad productiva. La energía eólica está condicionada a la presencia de viento; la maremotriz, a las mareas; la hidráulica, a la lluvia, y la solar, a la intensidad lumínica, es decir, que ni siquiera está garantizado el suministro eléctrico si no es echando mano de combustibles fósiles. Ejemplo de ello ha sido el cacao del precio de la electricidad condicionado al abastecimiento de gas ruso tras el conflicto con Ucrania. Considerando que el resto del mundo va a pasar olímpicamente de todo y que sólo Europa limitará el uso de combustibles fósiles, no va siendo ya hora de volver a evaluar lo que pintamos en el planeta.

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