Opinión

El mejor alcalde...

A veces hay que rendirse ante evidencias como la preconizada por el dramaturgo del Siglo de Oro español Lope de Vega, para hilvanar situaciones domésticas que se trastocan, mitifican y, a la postre, distraen la atención de lo en verdad trascendente. Así se deduce de quien presto censuró a la Corona como a una monarquía de opereta, con un  trasiego de opiniones en relación a lo sucedido el Domingo de Resurrección en la Catedral de  Palma de Mallorca, ilustrando la falta de sentido crítico que planea sobre el país, no tanto porque un sector social se dejase arrastrar por una grabación descontextualizada, sesgada y tendenciosamente malintencionada, sino por decidir sin suficientes elementos de juicio.

Basta un soplo de aire para que los soliviantados se rasguen las vestiduras -con una reclamación legítima sin duda- de aspirar a una república, pero obviando ciertas cuestiones de capital importancia. Por un lado nadie explica cuál va a ser le modelo representativo, sobre todo considerando que las repúblicas no fueron en España el mejor de los escenarios. Cabe recordar a   Largo Caballero y la respuesta gubernamental evocando en palabras de los periodistas Giles Tremlett y Mathieu de Taillac: el peor  enemigo de España son los propios españoles. Dejando en el éter la cuestión de cuánto tardarían en fusilar al Presidente por ser de libre designación.

El argumento más repetido es el coste de una monarquía, como si la presidencia de una república resultase gratuita, omitiendo la riqueza que la Corona genera. Porque al jefe de Estado hay que mantenerlo, sea rey o presidente, con la salvedad de que de un monarca sólo se mantiene a una familia en un reinado de 40 años, mientras que en 10 legislatura el Estado tendría que mantener a una decena de familias presidenciales, multiplicando exponencialmente el gasto.

Pero sin duda se ignora que además de jefe de Estado, el rey es el embajador en el mundo de la marca España, repercutiendo en sustanciosos dividendos en el sector turístico, la creación de puestos de trabajo y los respectivos impuestos. Además como adalid de la industria patria facilita la contratación de empresas nacionales en el extranjero, contribuyendo de manera positiva a la economía. De ahí habría que calcular el gasto y el beneficio objetivo que el monarca genera al conjunto de la ciudadanía, garantizando además la estabilidad estatal, influyendo de manera favorable en la financiación del Estado, de manera que la prima de riesgo se mantiene en límites bajos y consumibles para los ciudadanos merced a la estabilidad política y económica que representa. 

Pero mientras Felipe VI habita una pecera a la vista de todos, la reina es un pájaro que nació libre y  ahora, aunque viva en un a jaula de oro, no deja de ser prisión. Nadie en su sano juicio envidiaría semejante situación, sin intimidad y sometido a la crítica de legos y no tanto. En particular de quienes censuran que el Soberano ha sido preparado desde su nacimiento para cumplir semejante designio, objetando simultáneamente la incoherencia de quien no quiere un Jefe de Estado por derecho de sangre, como si fuera posible prever de recién nacido a quien en un futuro pudiera aspirar a la presidencia , otorgándole al mismo tiempo desde la cuna. una preparación que esté a la altura de su cargo.

Todo ello debería hacer reflexionar que, si cualquiera puede manifestarse libremente como republicano es porque el actual sistema de gobierno lo permite y porque hay libertad hasta el extremo de que, administrándose la justicia en nombre del rey, éste no interfirió en el juicio con respectivo linchamiento público, antes y después pese a la sentencia de inocencia, de su hermana doña Cristina de Borbón, cabeza de turco para quienes se empeñaron en enjuiciar a la Corona en los juzgados en lugar de en las urnas. Si hay algo que queda patente después de todo es que, con una u otra fórmula, a un rey sólo lo puede juzgar la historia, y es que, como dijo Santiago Carrillo, al final el mejor presidente de la República es el rey.

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