Opinión

El resacón

Es el día después cita que siempre ha dado para hablar, y el siguiente a la convocatoria electoral madrileña no iba a ser excepción. Más de un candidato debería aprovechar para reflexionar entonando el mea culpa y dejando de lanzar balones fuera, porque la resaca pasa pero las consecuencias de la tajada no.

Por mucho que haya quien todo lo reduzca a escaparate u hoguera de vanidades, lo realmente llamativo es la mayoría absoluta de facto de Ayuso. Porque aún sin alcanzarla de iure, cuesta mucho imaginarse a Rocío Monasterio y su grupo parlamentario votando a favor del bloque de izquierda antes que abstenerse, con lo que se puede afirmar que virtualmente tiene el poder amarrado por donde le sonaban las campanillas al arco de Fernando VII.
Tal fue el incómodo resultado electoral que acabó provocando una indisposición a Ángel Gabilondo, sin quedar claro si el yuyu obedeció a su fiasco teledirigido desde Moncloa o porque su gozo quedó en un pozo al obligarlo el partido a renunciar al acta de diputado.

resaca

Un saldo ya anterior a esta convocatoria, que en los mentideros pasó de murmullo hasta voz en grito, fue la más desconcertante desaparición. El drama ha llegado al punto de que la policía baraja la posibilidad de contratar a Paco Lobatón para localizar a Echenique, que a estas horas anda por “Quién sabe dónde”. 
Pero sin duda la estrella de la noche fue Pablo Iglesias, no ya por su espantada sino por la estela dejada a su paso. Desde la retahíla de calificativos que le brindó Vanessa Lillo -la ignorada número tres de la lista de Unidas Podemos-, entre los que figuraba ese de rata, tan evocador en la dolorosa pintada sobre el asfalto durante su viaje vacacional a Asturias, dejando en el aire la duda de si fue primero la gallina o el huevo, valorando si el epíteto es consecuencia del grafiti o si, siéndole congénito en política, se coló en el glosario de improperios por desliz.
En el maremagno de la velada sonó -como miel sobre hojuelas-, la voz de Pablo Iglesias anunciando su retirada, a decir de las malas lenguas con una banda sonora de fondo entre la canción Adivina, adivinanza de La Mandrágora, y “Algo se muere en el alma” del maestro Manuel Garrido. Otra actuación comentada fue la del mariachi y no por su repertorio, donde figuraban piezas como “La cucaracha” o “Rata de dos patas”, sino por adquirir el sombrero de charro en un bazar chino.

A esto hemos llegado. Ya no es cuestión de que se pierda lo más genuino, ni que decir sería un torero con una montera made in China, que ya le roncaría. No. Lo dramático es que los músicos -al parecer aficionados o en el mejor de los casos no profesionales-, hubieron de abastecerse de la indumentaria en una sucursal del gigante asiático, algo extremadamente preocupante porque una vez deslocalizada por completo la industria patria, el próximo Pablo Iglesias va a salir de un todo a cien replicado a gran escala.

Pero si hay un logro que puede apuntarse el exdirigente podemita es poner de acuerdo a todo el país: su marcha deja a España jubilosa. A sus opositores porque acusaban ya un profundo hartazgo, a los propios porque ya estaban mosca con él, y los demás por puro empacho. Después de crispar el Parlamento en pasadas legislaturas, Iglesias ha dado un paso más allá intentando polarizar a la población. Insultos, faltas de respeto, tanto a adversarios políticos como a quien no comulga con sus ideas; intolerancia, confrontación, odios, bravuconadas, hostigamiento y victimismo, han acabado por alimentar la alegría general tras el anuncio de su marcha. Porque las urnas son, y siempre han sido, claras en sus resultados: las dos Españas minoritarias de republicanos antifascistas y franquistas antirepublicanos queriendo liar a todos, y la tercera España, la de la mayoría que quiere vivir y convivir en paz, que está hasta las narices de las otras dos y de quien alienta rencores.

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