Opinión

Francisco Argentine Rex Christianorum

U na vez más el ultraconservadurismo católico vuelve la mirada hacia Roma mirando con ojos como platos. Francisco ha vuelto a hacerlo: revalidándose como el Sumo Pontifice más cercano que ningún otro al pueblo, ha dado una nueva vuelta de tuerca a la teología al ponderar la anticoncepción como un mal menor ante amenazas como el virus del Zika. Como en la fábula de Esopo, un mosquito ha sido más fuerte que el león, haciendo brillar el sentido común y caridad del Padre Santo, mostrando que la cátedra de San Pedro está ocupada por un religioso bendecido por el carisma, capaz de diferenciar ente las magnitudes impías y las necesidades humanas en los tiempos que toca vivir.

No sólo el pecado, sino la virtud y el trasfondo toman nueva forma de manos de este Vicario de Cristo, empeñado en amparar a los más desvalidos y acercar la Buena Nueva a cuantos se alejaron en un pasado de la doctrina, cuyos predecesores definían como descarriados donde él, lejos de apóstatas, busca reenganchar a creyentes decepcionados por la presión secular ejercida por el Vaticano, la incoherencia entre el mensaje y la conducta de distintos pastores de la Iglesia, salpicados por escándalos de pederastia, tanto en el rol de actores directos como en el de cómplices de encubrimiento.

Como reza el título del artículo en latín, Francisco el argentino, rey de los cristianos, revoluciona las conciencias apolilladas, anquilosadas por una lectura del evangelio cerrada a cualquier interpretación del espíritu de la letra que permita un desahogo, particularmente necesario en las regiones del orbe donde la penuria y la necesidad más acucian.

Este papa de los condones, haciendo gala de los atributos de un miura y desafiando a toda la curia, viene a revalidar la palabra crística de amor humano, siendo más permisivo y abierto con el control de natalidad en aquellos cuyas carencias no permiten la atención digna de su prole más castigada.

Sin temblarle el pulso expone con claridad que la compasión no radica en parir hijos como conejos, dejando al pairo a aqullos incapacitados para disfrutar de plena autonomía. Como muestra de una inteligencia superior deroga el anatema de la contraconcepción, ofreciendo un balón de oxígeno a los creyentes más desfavorecidos, donde los inmovilistas quisieron ver —allende un resquicio peligroso—, la indulgencia plenaria al aborto. El cardenal Blanco los ha corregido demostrando que insta al más cristiano de los ejercicios sacerdotales: dar consuelo a los afligidos así como paz y absolución a los arrepentidos en lugar de desterrarlos de la grey, estigmatizados como hijos irrecuperables de Caín.

Renunciando a los símbolos del poder y al ejercicio suntuoso de los monarcas absolutos, ha abierto puertas y ventanas para limpiar el aire del Vaticano, transformándolo en la meca de los fieles arropados por el más modesto y sencillo paradigma de Cristo: desde su inmensa humildad Francisco es grande, y proclama al mundo una nueva esperanza.

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