Opinión

La cloaca


En abril de 2019 intervinieron una red de casi 3.000 falsos usuarios que difundía mensajes de Vox y contenidos islamofóbicos. En diciembre de 2023, mientras el PSOE del ayuntamiento de Jaén acusaba al PP de manipular mensajes para comprar votos, la policía seguía la pista del alcalde a quien responsabilizaba de codearse con un delincuente imputado, en presunta connivencia con el regidor socialista, por manipular los mensajes para inculpar al grupo municipal conservador.

Por las redes sociales figuran páginas supuestamente de Vox Carballiño -delegación que ni siquiera existe-, cuyo contenido monotemático es Espacio Común. Pero más allá de lo sorprendente del contenido, en el que no deja títere con cabeza, se denuncia por ser clientes de prostíbulos a concejales de distintos ayuntamientos, mientras en otros se les acusa con imágenes gráficas y explícitas, y descaradamente manipuladas, de ejercer la prostitución, aunque la identidad de los injuriados son representantes del PP.

Esta es la historia del bulo, eso que llaman fake news los que, además de no saber hablar español, tampoco entienden que la lengua de Cervantes tiene más riqueza y economía que la de Shakespeare, que para decir lo mismo necesita dos palabras.

Queda claro que en ocasiones no hace falta entrar en demasiadas profundidades para intuir al responsable de las falsas noticias: basta ver a quien benefician o perjudican. En otras circunstancias se hace necesario hilar más fino para dar con el responsable, sin que a la postre quede demasiado claro, lo que genera un cierto grado de desconfianza.

Conscientes de que la información es poder, existe una guerra abierta por el control de la comunicación. De modo que la gratuidad con la que algunos individuos y colectivos manipulan en la red distorsionando la realidad, se debe a la universalización y acceso a las nuevas tecnologías incontrolables. 

La filosofía original de Internet se basaba en la plena libertad para comunicar, pero se debe entender que no existe ningún tipo de censor. En la prensa figura el papel del redactor jefe quien, actuando como interventor, coteja y certifica la veracidad de la información. Pero la prensa en el entorno de las nuevas tecnologías conlleva un reto no siempre salvable, la actualización constantemente a tiempo real de todo cuanto sucede, lo que lleva en ocasiones a replicar información de otras editoras.

Aún así, y con independencia de la inclinación política de cada cabecera, la presencia del redactor jefe y de las fuentes, particularmente las agencias de información, garantizan la fidelidad del testimonio, aunque en muchas ocasiones haya personas que cuestionan lo que se haya recogido en distintos periódicos. De eso es de lo que se trata al hablar de las patrañas que circulan cada vez con más frecuencia, de generar el más puro escepticismo. 

Felipe González solucionó aquel problema subvencionando hasta la tinta. Después vino Rajoy con su plasma, para continuar con Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, al pretender que toda noticia que se publicara pasara primero por la censura de Moncloa, pasándose la libertad de prensa por el arco del triunfo. Ante esa imposibilidad, la última opción es desprestigiar a los medios para que la ciudadanía les dé la espalda. 

No se trata de controlar al cuarto poder que sirve a la soberanía nacional, es decir, al Pueblo -identidad que al parecer ignora la Ministra de Hacienda-, se trata de desinformar para someter al país a través de la ignorancia, porque como dijo el primer presidente estadounidense George Whashington, si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos, y nos pueden guiar como a ovejas al matadero.

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