Opinión

La deuda

Cuesta pensar que alguien tenga agallas para gobernar un país que, siendo de naturaleza tan cainita, se haya tomado la molestia de polarizar más. Sin duda resulta difícil concebir que se pueda llevar a buen puerto una nación tan dividida, aun a sabiendas de que el resultado que buscan los supremacistas de la minoría de extrema derecha del PNV y de Junts sea profundizar aún más la brecha de la separación. Al circo de Sánchez, no es que le hayan crecido los enanos, sino que tiene el gallinero tan revuelto que, bajo la mirada de mala uva de Felipe VI, le costaba hilar su juramento sin vacilar y tartamudeando. 

Pero lejos del ruido del choque de trenes, hay que reconocer que Sánchez y sus acólitos sí han sabido unir como nunca a más de medio país. Toda la oposición está en su contra, natural. El Consejo General del Poder Judicial en pleno está contra él. Las asociaciones de la Guardia Civil les envían destellos de peligro y aviso a navegantes. Los militares en la reserva y jubilados amagan con ruido de sables, aduciendo sin ambages que hay que detenerlo, deponerlo y convocar elecciones. Los históricos, exaltos cargos, altos cargos en ejercicio y militantes del PSOE, además de asociaciones civiles, intelectuales y una nutrida representación de la población española, les dan la espalda. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas amenazan con dimitir en bloque si prospera la Ley de Amnistía y el referéndum de autodeterminación.

Todo ello sin que al parecer nadie haya caído en la cuenta de que, de aprobarse la amnistía, automáticamente lo del 1O, no sólo dejaría de ser delito sino que lo legalizaría y, pese al esperpento que supuso las urnas de bazar chino bailando por las calles, o que el plebiscito, además de ilícito, arrojó como resultado más papeletas a favor de la independencia que votantes tenía el censo —lo que no es de extrañar considerando que votaron menores de edad y que hubo más de uno que metió dos docenas de votos él solito—, lo cierto es que la amnistía le otorga de facto, e incluso de iure, carta de naturaleza a la independencia de Cataluña.

Pero dejando al margen estas cuestiones, o las exigencias de los socios supremacistas y ultraderechistas de un Gobierno que Pedro Sánchez califica de “progresista”, y a los que en algún momento tendrá de pagar el vasallaje además del derecho de pernada, cuya única consecuencia es, o cometer delito de alta traición o convocar elecciones, por más que se empeñe en venderles la moto de un modelo de Estado federal, que en la práctica es lo que constituye el actual estado de autonomías que sus socios rechazan, y que Fraga o Herrero de Miñón definieron, a colación del Estado español de autonomías, como un modelo inédito de nación de naciones, lo “rechamante”, pese a haber pasado desapercibido, ha sido la posición del BNG.

Por tercera vez, un único pero imprescindible diputado del BNG ha regalado su voto. Mientras el PNV, ER y Junts le arrancaron a Sánchez el oro y el moro, el gallego se limitó a reivindicar el idioma, como si los gallegos no llevásemos siglos usándolo. Por lo demás, ni reclamó esa deuda histórica que anteayer reivindicaba al Gobierno central, ni exigió que Cataluña compense a Galicia por todas las pérdidas ocasionadas desde las guerras del lino, ni requirió a Cataluña y Euskadi la devolución por las remesas de los emigrantes y el proteccionismo a costa de Galicia. 

El BNG ha tenido la oportunidad de hacer política de altura, limitándose a despreciar a Galicia con tal de que el Gobierno autónomo no pueda gestionar esos beneficios para todos los gallegos. Si en lugar de un solo diputado, el BNG hubiese llegado a tener grupo parlamentario, es difícil cuantificar cuántas ventajas más habrían obtenido vascos y catalanes.

Así las cosas, sea por un presidente o por un diputado advenedizo, como reza el viejo proverbio turco, queda claro que por mudarse a un palacio un payaso no se convierte en rey, pero sí que el palacio se transforma en un circo.

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