Opinión

La disyuntiva


Con los nervios a flor de piel, a paso lento, el Gobierno camina con sumo cuidado, como quien va pisando huevos, y no es para menos: al circo de Moncloa le crecen los enanos. Desde que se conoció el resultado de las elecciones gallegas y con  la vista en el horizonte de las vascas, el Ejecutivo está de capa caída.

Se le acumulan los escándalos en la misma línea que, en su día, le costó al PSOE saltar por los aires en su tradicional feudo andaluz, porque ese hasta ahora desconocido portero de discoteca, amiguísimo del exministro Ábalos, que desafiando el infortunio de su clase ascendió a los más altos estratos de la política, como trampolín para llenar en arca, parece ser el agujero negro que devorará, si no a todos, a una buena parte del Gobierno.

Mientras Bolaños intenta mantener a flote un barco que cada vez hace más aguas, donde responsabilizando al Poder Judicial de sacar a la palestra el Caso Koldo en tan inoportuno momento, defiendiéndose como gato panza arriba omite que el artífice de la investigación ha sido la Unidad Central Operativa (UCO), la que al margen de  cualquier sigla o calendario político, ha llevado a cabo una laboriosa investigación que pone al descubierto presuntos manejos que hacen del delito escuela y trastienda.

El adagio de dime con quién andas y te diré quién eres, lo está experimentando en carne propia el ahora desterrado Ábalos. Pero no porque su fiel mano derecha se la haya jugado, sino porque aquellos que deberían estar a partir un piñón con él, son los primeros en arrojarlo a los infiernos.

No mucho mejor queda Marlaska, también en el filo del abismo, y es que una vez que le han dado puerta al exministro de transportes, Sánchez a decidido hacer bailar en el plato a cualquiera que, tirándole de algún jirón de la saya de la camisa, acabe por arrastrarlo. Tan están las cosas que, con las sospechas que gravitan ya sobre Begoña, no queda claro si Pedro dormirá a partir de ahora en la cama o en el sofá.

La caza de brujas ya ha empezado, y con Francina Armengol columpiándose sobre la misma tela de una araña donde zarandean al ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, está claro que Sánchez va a consumir la munición, mientras Ábalos empieza a sacar los cartuchos.

Atrincherado en el Parlamento, lo que aparentemente fue un desafío de Ábalos, bien podría haber pasado por una jugada de trasmano: “yo te arrojo a los leones pero sigues aforado”, o algo así para tapar el entuerto. Pero la de estrellas que empiezan a figurar en la pasarela conduce a una realidad muy distinta: Sánchez se encontrará más pronto que tarde ante la gran disyuntiva de sacrificar o no a sus más cercanos colaboradores. 

Si el Tribunal Supremo imputa a Ábalos, tendrá que solicitar al Congreso autorización al ser aforado. Si Sánchez lo impide, dejará en evidencia que su lucha contra la corrupción es de andar por casa. Si autoriza a que lo juzguen, con seguridad el ex ministro tirará de la manta.

En el caso de Ábalos está claro que ya se leyó el Manual de Resistencia. Tiene muy claro que las pretéritas amenazas de Jordi Pujol de poner a funcionar  el ventilador, apenas afectó a su entorno porque los negocios que mucho dan no pueden tener demasiados socios. Esa misma clave ya la ha dejado entrever Ábalos al afirmar que lo de Francina Armengol sería un quebranto a las arcas del Estado al utilizar dinero público para adquirir material defectuoso, mientras lo suyo, su asuntito con Koldo, no iría más allá de comisiones que habría cobrado un tercero pero que no habría sido a costa del erario público. Lo de abrir el cajón de mierda suena a aviso a navegantes, y lo cierto es que en el Gobierno ya hay quien está apretando bien el culo porque le tiemblan las piernas.

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