Opinión

El país de Nunca Jamás

Mientras media España está hasta el colodrillo de la matraca independentista catalana, la otra mitad ya mira con recelo a la que manda y al que desmanda, en un tiempo en el que todo tiene su qué y su por qué. Claro que todos los ciudadanos tienen derecho a opinar libremente y a manifestarse en las urnas, y he ahí el meollo del asunto, porque a cada convocatoria electoral le sucede un resultado que da como saldo la minoría a los independentistas de todos lados. 

Es decir, que la enjundia está en que de un tiempo a esta parte, en todas las autonomías, una minoría pretende imponer sus criterios a la mayoría invocando una democracia abstracta, cuando no pervertida, como es el caso del Gobierno Central en funciones -entre monstruo y acólito amorfo-, representado por Narciso, alias El Muecas, y mangoneado por La Yoly Visto de Prada y Vivo Comunistamente Mejor Que Tú, Infeliz Ciudadano. 

Extraño experimento autoproclamado progresista, empeñado en enredar a la ciudadanía con leyes espurias descabelladas, y otras propias e igual de absurdas como el nuevo modelo de recaudación de pensiones que suprime la cuota para transitar a ser un impuesto progresivo, en un intento de limpiar las telarañas de una caja de pensiones vacía, en la que en estos cinco últimos años de cacareada abundancia, el Ejecutivo ha sido incapaz de meter siquiera el aguinaldo del monaguillo.

Pero hay quien no acaba de entender que la existencia, como las estaciones, es cíclica, y del mismo modo que al otoño le sigue el invierno, se puede escalar la montaña más alta pero no quedarse a vivir en la cumbre. Hay tanta o más grandeza en saber bajar que en subir. Pero la erótica del poder acojona, más allá de quien cató las mieles de viajar en Falcon con la maleta hecha a los mejores hoteles, por el temor a una vez apartado del cargo, todo el mundo haga leña del árbol caído.

Esa es, y no otra, la razón de las elucubraciones de un Sánchez con gaznate de boca de metro, capaz de tragar con ruedas de molino monumentales. Lo de la Amnistía, llámesele con los calificativos que se quiera, es pura chiripa en la que no cayó ni Pablo Coletas, porque, al margen de invalidar la Constitución y el Régimen del 78, dado que un principio elemental de Derecho establece que la ley se aplica con carácter retroactivo cuando beneficia al ciudadano, de aprobarse rehabilitaría a Tejero, Miláns del Bosch, a todos los golpistas del 23F, a los de la Operación Galaxia, y hasta al Generalísimo y, de paso, no sólo todas las leyes y sentencias de la Dictadura, sino que restauraría todos esos títulos nobiliarios que siempre han escocido, cual escofina del ocho, en la almorrana podemita.

Queda claro que Narciso está dispuesto a hacer lo que sea y a vender a su madre si fuera necesario -ya que aún no consta que lo haya hecho-, porque lo único que le interesa es seguir calentando la nalga con el cuero azul. Ahora bien, admitiendo que la cosa se le está yendo de las manos y que a su circo le están creciendo los enanos, llega la hora de detenerse en la orilla opuesta para evaluar los efectos nocivos de la soberbia cuando se junta con la estupidez, pareja por otro lado bastante frecuente entre tontos que se queman la mano por meterla en el fuego vivo, convencidos de tener la sartén por el mango.

¿Por qué Puigdemont rebuzna cada vez más alto barbaridades que de todos es sabido, rayan la quinta esencia del razonamiento mongoloide, enrocado ahora a la vía unilateral? Pues porque una legión de políticos, politicastros, juristas y leguleyos, lo han convencido para que recule si no quiere ser el último de la fila de los Países No Alineados, al carecer de banco nacional, moneda y financiación, soportando una deuda pública de 500.000 millones de los que papá España no pagaría ni el cubata del sábado noche. Ante la imposibilidad de retractarse sin quedar como un pusilánime, a Puchi sólo le queda el papel de bocazas con derecho a pateleta, con cara de experimentar orgasmos mentales por la contemplación de la divinidad, berreando “libertad” en el País de Nunca Jamás.

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