Opinión

Pedro madruga

Para quienes no lo conozcan, Pedro Madruga es el sobrenombre con el que apodaron al noble del siglo XV Pedro Álvarez de Sotomayor, primero canónigo y luego vizconde de Tuy, mariscal de Bayona y conde de Camiña. Hijo ilegítimo de Fernán Yáñez de Sotomayor, fue Pedro Álvarez seminarista cuando la muerte de su hermano sin descendencia puso en sus manos el título y las tierras de su padre, gobernadas desde el castillo de Sotomayor, en Pontevedra. 

Fue Pedro Álvarez una de las figuras más sobresalientes de Galicia -para algún autor, incluso la identidad verdadera de Cristóbal Colón-, aristócrata de horca y cuchillo, y paradigma de señor feudal en el último tramo de la edad bajomedieval. En sus crónicas, Vasco da Ponte afirma que el alias le venía del hábito de los caballeros de la época por combatir de madrugada. 

Más eficiente con la espada que con el hisopo, emparentó con la nobleza portuguesa y, tras reunir un poderoso ejército y ser el primero en armarlo con artillería y armas de fuego, sofocó las Revueltas Irmandiñas. Apreciado al principio y enfrentado después a la corona española, falleció de manera oscura en Alba de Tormes cuando iba a congraciarse con los Reyes Católicos.

Por lo visto, en pugna con los Sarmiento por la posesión de la villa de Ribadavia, acordaron por su honor él y el conde de la capitalidad del Ribeiro que, al anunciar el gallo el día, partiría cada cual de su respectiva fortaleza en compañía de sus hombres, estableciendo el límite de sus señoríos en aquel punto donde se encontraran. No bien comenzada la noche el de Sotomayor dispuso sus soldados para montar mientras  le ordenaba a un criado retorcerle el cuello a un gallo hasta que “cantara”, legitimándose así para iniciar la marcha hacia Ribadavia, que distaba de su castillo unos 70 kilómetros por las actuales vías.

Con el alba cantó el gallo en el castillo del de Sarmiento. Preparándose para salir y ordenando abrir las puertas, se dio de bruces con el de Sotomayor. Elocuente y sarcástico, el señor de Ribadavia se dirigió al exclérigo diciéndole: “Madrugas, Pedro, madrugas”. Cuenta la leyenda que el origen del apodo le viene porque “mucho madrugaba cuando hacía cabalgadas”. Como bien se aprecia, lo verdaderamente trascendente de este singular personaje es que, hoy como ayer, a nadie le extraña que cualquier bastardo acabe gobernando.

Y así, entre lo mítico y lo humano, aparece otro Pedro en escena, en este caso Sánchez, que tiene tanto de Maquiavelo como Cristina Almeida de Miss España, aunque sin duda pueda atribuirse el haber nacido de pie, porque si su inteligencia se separa del sentido común como el agua del aceite,  a la vista está que tiene más chorra que mierda el palo de un gallinero. 

Ahorrándose el madrugón, quién le iba a decir a Pedro que el propio Junts le serviría en bandeja poder escurrir el bulto en lo más peliagudo de la Ley de Amnistía, ahorrándose -a él y al país- el mal trago de hacer de tripas corazón con la división entre el terrorismo criminal y ese otro de andar por casa propuesto por el PSOE, que además de provocar arcadas no convence ni al Tato. Así las cosas, gracias a la iniciativa de Puigdemont para salir indemne, el resultado de sus propias enmiendas a la Ley podría conllevar la suspensión de su euroinmunidad y su extradición para ser juzgado en España, porque al querer saltarse el delito de sedición, se enfrenta a aquellos que, junto al de genocidio, más aborrece la UE: el de corrupción con malversación y el de terrorismo. 

Con todo, a estas horas ya hay voces autorizadas sugiriéndole al catalán que emigre a Suiza para retrasar la extradición, es decir, que o Sánchez acaba convocando elecciones o se queda tan risueño por lo bien que le salió el suicidio político del expresidente de la Generalidad, y es que si bien es cierto que, tal y como apunta el saber popular, a quien madruga Dios le ayuda, cabe recordar a los vespertinos espabilados como Puigdemont que más madrugó el que la perdió.

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