Opinión

El ratón en el frasco

Existe una fábula atribuida a distintos autores, explícita en su desarrollo y moraleja. Según la narración, un ratón se encontró con un frasco lleno de granos de trigo y, ni corto ni perezoso, se entregó con glotonería al manjar. A medida que comía, el nivel de cereal bajaba en relación directa proporcional, de modo que cuando llegó el momento en el que el roedor acabó todo el contenido, se percató de que estaba encerrado en el frasco, sin sustento, y dependiendo de quien lo quisiera alimentar. De este relato se desprenden con conclusiones: la primera es que dar no siempre es ayudar, y la segunda, que aceptar dádivas sin esfuerzo se acaba pagando al precio de la libertad.

Es en ese orden como desde la entrada en el Gobierno de la extrema izquierda, se va pincelando una tiranía velada. Un parado de larga duración mayor de 52 años solicita una ayuda al SEPE, que le otorga un subsidio de 435 euros. Este señor, llámese X, se dirige al Ministerio de Bienestar para que le sea mejorado el ingreso con la diferencia del Salario Mínimo Vital, es decir, recibe un incremento de 315 euros. Más tarde solicita una ayuda para vivienda, para libros de texto, becas, viajes en tren y autobús gratuitos, el bono municipal, el autonómico, el bono de viaje, etc, etc, para vivir finalmente en las mismas condiciones que si tuviera un sueldo medio de entre 1.500 o 2.000 euros.

En la relación de café para todos, el recién cumplidor de 18 años recibe un vale de 400 euros porque sí, para que se lo gaste a voluntad en caprichos culturales: conciertos, libros, discos... lo que quiera. Por otro lado están los escritores, autores, actores, incluyendo a intelectuales y a culturetas, a los que el Ministerio de Trabajo le ofrece un salario cuatro meses al año, compatible con otros ingresos. Por supuesto, queda aparte subvencionar el cine español, porque si tuviera que vivir de lo que recauda, se extinguiría a la velocidad de los dinosaurios. También se subvencionan libros y músicos.

¿Ah, que no llega? Pues en medio de esto están los cuartos que se paga a los fijos discontinuos, una figura rocambolesca de desempleado, creada e impuesta por el Gobierno central para maquillar las cifras del paro, clasificándolos como no demandantes de empleo, ya que tienen una percepción numeraria y, al parecer, trabajo fijo en el puesto del que lo cesaron. Pero la cosa sigue porque la estrategia del Ejecutivo, no para fomentar la creación de empleo sino para inducir al ciudadano a vivir del erario, intenta multiplicar los panes y los peces dividiendo el trabajo, de modo que dos trabajadores puedan compartir un mismo puesto a media jornada. Así ambos dejan de ser parados pero, como la empresa debe pagar dos cotizaciones a jornada completa con la mitad de producción, y como además, en la mayoría de los casos el desempleado cobra más del paro que por el trabajo de media jornada, el puesto se queda vacante, a veces por suerte para la empresa, que se vería atrapada con un despido imposible aunque fuera procedente, teniendo que mantener una plantilla de trabajadores temporales fijados a la fuerza, pero superior a la producción, el mercado y los ingresos, hundiendo la sostenibilidad de la empresa.

Llegados a este punto conviene entender dos cosas. La primera es que para que la Administración pueda “dar” un euro a un ciudadano, necesita recaudar antes unos doce. La segunda es que el Estado se nutre de continuas subastas de obligaciones, con una deuda siempre superior a sus ingresos, que proceden del amplio abanico de impuestos, sean directos, indirectos o más o menos ocultos. Esta es la razón por la que, en lugar de regular el precio de la gasolina, el gasoil, el gas o la electricidad, el Gobierno prefiere subvencionar, y es que cuanto mayor sea el precio, más va a recaudar por impuestos.

Todo esto conduce al estatalismo, una conducta peligrosa y que ya se sabe cómo termina: el colapso económico de la antigua Unión Soviética, Cuba o Venezuela. Que nadie se engañe, si las autoridades comunitarias exigen a España las cuentas de los Fondos de Resiliencia, es porque no son un Plan Marshall, sino préstamos que ya han hipotecado a las futuras generaciones. El “¡exprópiese!” junto al bocadillo, acabará abocando al país a la miseria y a ser ratones en el tarro.

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