Opinión

El tarro de hormigas

Pese a no existir evidencia científica de enemistad entre las hormigas rojas y negras, en su novela “Cuna de gato”, publicada en 1963, Kurt Vonnegut narraba cómo uno de los protagonistas encerraba en un frasco de cristal ejemplares de ambos colores, que vivirían en paz hasta que alguien sacudiera el tarro, enfrentándose entonces en una masacre al considerarse enemigas. 

Tras el hipotético éxodo desde Egipto -incierto porque ninguna crónica de los pueblos de alrededor así lo recoge- tras vagar por el desierto, los israelitas llegaron a Canaán, considerada la Tierra Prometida por su dios. El origen real de Israel es desconocido, de hecho sus patriarcas eran caldeos y babilonios, los mandamientos inspirados en el Monte Sinaí ya estaban recogidos siglos antes en el Código de Hammurabi, y narraciones como el diluvio universal ya figuraban en la leyenda de Gilgamesh. Pero lo cierto es que a su llegada a Canaán, los israelitas se encontraron con los filisteos, quienes a su vez habían ocupado Jericó, la ciudad más antigua que se conoce, sucesivamente invadida a lo largo de trece milenios.

A la llegada del imperio romano, Canaán dependía de la gobernación de Siria, al igual que Judea, Samaria, Galilea, parte de Fenicia (el actual Líbano) y por supuesto Palestina, ocupada por los filisteos, archienemigos permanentes de los israelitas. Como represalia por la tercera rebelión de los judíos, en el año 135 d.C., Roma rebautizó a Canaán con el nombre de Siria-Palestina, prevaleciendo finalmente el segundo. Dos rebeliones más, ya contra el Imperio Bizantino, y la sucesiva ocupación del territorio por cristianos, musulmanes, el Imperio Otomano y los ingleses, concluyó cuando, tras la II Guerra Mundial, se entregó a los supervivientes del Holocausto una parte del actual Estado de Israel, que ellos se apuraron en ensanchar ocupando sin pudor y por la fuerza los territorios circundantes.

La pregunta lógica es qué hizo a esta tierra históricamente tan disputada como codiciada. Las respuestas son varias. Una sería la consecuencia de los colonialismos que derivan en disputas territoriales, religiosas y políticas, convirtiendo en altamente inestable a la región de Oriente Medio. Otra es su situación geoestratégica, al ser la entrada por mar a Oriente Medio, además de la confluencia, desde hace milenios, de las rutas comerciales de grandes civilizaciones.

Pero, dejando pasiones a un lado y sin dar la razón a ninguno, ¿cuál es hoy la causa del conflicto? Hay más factores y actores que israelitas y palestinos. Quien realmente agita el tarro de hormigas es la industria armamentista, la más poderosa el mundo, que abastece a insurgentes y terroristas, para convencer a los estados de que se provean de armas, fomentando y desencadenando guerras para vender más, de modo que mientras haya industria habrá guerras. Aún hay más elementos en esta ecuación: los medios de comunicación que se benefician y, a pesar de los tratados de paz y leyes internacionales, los foros y ONG que surgen para solventar la situación, paradójicamente acaban perpetuando el conflicto ya que, si se solventa, desaparecerían también ellos.

¿Por qué es luego tan difícil implantar la paz? Por la a facilidad de lograr que la gente se identifique con una creencia, religión, divinidad o territorio, haciendo que su valor individual y existencial dependa de tener una patria, una religión considerada verdadera, o un ideario aceptado por la mayoría, incitándolo a defenderlo incluso con la mayor violencia, considerando enemigo a los demás o quien no comulgue con él. En Oriente Medio, las religiones abrahámicas han fomentado desde siempre la confrontación, justificando con sus libros sagrados incluso el asesinato de aquellos que disientan; de ahí el conflicto atávico de la región palestina entre judíos, cristianos y musulmanes, considerándose cada cual heredero legítimo de la tierra y la verdad, lo que unido a los intereses políticos, económicos y armamentistas, impiden zanjar un conflicto cuya única solución radica en la responsabilidad que los contendientes deben asumir, desechando creencias fundamentalistas, y actuando de una vez por todas con sentido común, altruismo y humanitarismo.

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