Opinión

De asociaciones

No paran de crearse. Asociaciones de todo tipo, para la señora y el caballero, para el niño y el abuelo, para todo lo que la imaginación estruje en su cerebro, porque la asociación –dicen- nos agrupa hacia un objetivo común que no nos hace sentir tan solos en nuestras causas. Por supuesto hay Asociaciones con sentido social para tirar de un carro que, de lo contrario, ni dios lo movería, como aquel que ancla callada y solitariamente a personas víctimas de situaciones en desamparo sobre todo por enfermedad o rareza y que son dignas de ser apoyadas en todo lo que se pueda. Pero también hay otras asociaciones pícaras con un único criterio economicista, o de trincar, o al menos figurar porque no solo de pan vive el hombre sino algunos de vanidad y, en este caso, ostentar presidencia o secretaría de cualquier cosa que permita salir en algún papel público parece compensar su labor de reunión de vez en cuando con los socios, si es que han conseguido ser más de tres, los mínimos necesarios según la Ley. Estas asociaciones cuyo objetivo es montar lo que sea porque la pasta la pone el señor Tesoro Público proliferan demasiado, y es que muchas se crean con vocación de hacer de parapetos eficaces a los aparatos gobernantes que los recompensan con bolsas económicas, creyendo además hacer así más amigos que lo que quiere Roberto Carlos hacer en su canción. Como ejemplo prototipo de un asociacionismo sistémico y desnaturalizado (salvemos siempre las honrosas excepciones) tenemos las asociaciones de vecinos como plataformas pseudo políticas; pasen y vean, si no, a Lluis Rabel, cabeza de lista de la candidatura alternativa de izquierda a Artur Mas y antes presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona. Y otro ejemplo de este fraude vecinal asociativo: no sé usted pero yo desde luego ni siquiera sé dónde está la sede, ni cómo, ni quién votó a los representantes de una Asociación de Vecinos Centro en Ourense donde llevo viviendo toda mi vida; por mucho que los reciba el Papa o quien sea a mí no me pueden representar y sin embargo lo hacen.   

En teoría casi todas las asociaciones se justifican, pues parecen herederas de una historia asociativa donde se crearon en aras de un interés público, cual fue el caso de los sindicatos o Caritas, pero la práctica de hoy es otra, pues nadie paga cuota para mantener su asociación, club o partido político, de cuya financiación es mejor ni hablar. Por justificar se justifica cualquier Asociación por mucho que no pase de simple proyecto particular, solo hace falta definir un objeto social rimbombante y tener algunas relaciones para conseguir el mínimo éxito comercial subvencionado que permitirá el lucro disfrazado, cual puede ser algún contrato laboral que indudablemente irá a sobrino, primo o suegra del pertinente ideólogo. Recuerdo bien la ocasión en la que le pedí a un conocido empresario apoyo económico para mi proyecto de comunicación, y como me recomendó, en lugar de andar pidiendo en despachos privados, montar una asociación porque sin duda me darían algo; él mismo se ofreció a orientarme en la petición y con sus contactos me garantizaba el buen resultado, ¡todo una campeona mentalidad asociativa! 
Pero de lo local podemos pasar a la aldea global y comprobar que estos vicios se extienden alrededor de todo el mundo. Es el caso que me contaron recientemente de una asociación en Mozambique, UDACOMO, y que se resume con la respuesta a la pregunta del ingeniero ourensano que está viviendo en aquel lejano país y que sin saber de qué iba la Uniâo Distrital de Coperativas Camponesas de Monzambique le preguntó a su creador - ¿Cómo foi que voçé criou esto?, respondiendo éste, - Para aphanar dinheiro. Así contado (imagínense cierto acento portugués despreocupado) parece una coña este ‘aphanar dinheiro’ pero en un mundo hambriento esta redistribución del dinero resulta más bien una putada.

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