Opinión

Decentes, indecentes

Se lleva, sobre todo por parte de algunos políticos, el lanzar proclamas en contra de la diferencia entre los de arriba y abajo, con fino propósito de atraer políticamente la voluntad de los votantes de abajo, que son los más, desgraciadamente. Éstos tratan de erigirse en héroes de la causa por una mayor justicia social, aunque héroes-héroes más bien solo en la teoría pues en el fondo y práctica muchos de ellos están acomodados salarialmente en cierto confort económico que ya nos gustaría a los demás. Sin duda, las apariencias engañan. Pero sí, ‘la frontera está entre los de arriba y abajo’ como frase peleona de pancarta berlinesa queda muy molona y está muy bien, si es sincera; sobre todo, como respuesta ante las indignas distancias que se vienen abriendo cada día más entre extremos sociales. Pero existe un problema: quién y cómo  se agarra la pancarta; o sea, el propósito, ya que hay quien utiliza jerga y consigna solo para pillar el ascensor que lo eleve a las alturas y dejar las bajuras con sus tristezas y colegas (si te he visto no me acuerdo). Es la demagogia barata que no tiene nada que ver con esa otra frase pintada en pared de la misma ciudad berlinesa que decía ‘La frontera no discurre entre arriba y abajo, sino entre tú y yo’. Porque conceptualmente ‘tú y yo’ somos la frontera mayor. Lo contó Victor Frank en El hombre en busca de sentido, donde narra su vida como prisionero en los campos de concentración nazis, cuando habla de personas decentes e indecentes que encontró indistintamente en uno y otro bando de los campos, entre policías y prisionero judíos, por lo que el individuo como persona es lo que cuenta, es lo verdaderamente importante, y ¡menos eslóganes engañosos, caperucita!

Así, hoy por la mañana en la Plaza Mayor (inciso-va camino de convertirse en una vulgar plaza de feria-) con motivo de la elección de nuevo alcalde comprobé como los humanos somos poseídos por ellos, los eslóganes, cuando ‘determinadas’ personas (no todos, a dios gracias) tras una pancarta se transformaron en aquello contra lo que proclaman por conducirse con violencia contra una persona a la que rechazan. Escribo esto sin saber aún si hay documentación gráfica al respecto pero les cuento que hubo ‘acoso’ de algunos  pancarteros a un edil electo que no respetaron siquiera a la señora madre octogenaria que lo acompañaba. ¡Una vergüenza! Además de un temor de imaginación: ¿qué harían éstos si no hubiese fuerza pública alrededor? Recuerden: decentes e indecentes en ambos lados, ante y tras la pancarta.  Y mucho prejuicio también.   

Porque muchos prejuicios hacen cargar a cualquiera con su etiqueta cual si fuera parido por una línea textil si además vive en ciudad pequeña. Sin duda, la familia marca y hay familias que casi tienen su propia marca que la persona hereda; de esta manera, si le ha tocado comodidad y confort alrededor del nido, pues nada, ahí estará cogiendo todos los boletos para que posteriormente, bien en el colegio, bien en otro ambiente consiguiente, le digan pijo, ¡pijo, que eres un pijo!, simplemente por no tener peor suerte al nacer.

Si, por el contrario, crece más desnudo de lo necesario, con los años también crece su tendencia progre por puro instinto de compensación ante lo que no tiene y que existir existe, como se ve en otros. Es la lógica aplastante de la circunstancia orteguiana que conduce al individuo por un camino u otro. Hasta ahí poca discusión para que el que tiene algo lo reclame, y reconocer al que tiene de sobra como va muchas veces de sobrado hasta un  punto ‘puro pijerío’. Esto no quiere decir que no haya muchos casos contrarios al prejuicio, por ejemplo pijos-progres (aquellos que se desmarca de su estatus referencial tratando de parecer progres pero sin dejar de hacer uso de los cuartos de su padre o madre) o progres-pijos (funcionan como pijos en razón del  bolsillo lleno pero sin dejar de ostentar progresía igualitarista). En fin, menos prejuicios y más buscar a los decentes que indecentes en uno y otro sitio.

Te puede interesar