Opinión

De terrazas

Vámonos de terrazas. Es verano., ¿Verdad que apetece? ¡Claro!, si podemos elegir el lugar y momento de estar en ellas. ¡Oscuro!, si vive usted encima o justo al lado de alguna de ellas que suponen más un toca huevos que cualquier otra cosa que toca. Que conste que por nada quisiera conocer yo ese foso del infierno de Dante donde se castiga a los sembradores de discordia, por lo que ¡frío-frío! para el que sospeche aviesa intención a mi graphê o denuncia de hoy referida a mi ciudad como víctima de cierta ofensa. Y a la ciudad se le ofende en sus ciudadanos cuando a algunos de ellos no se les respeta ciertos derechos fundamentales, cual es, por ejemplo, el descanso.

Sin duda, necesitamos buscar soluciones al problema ciudadano que enfrenta a los que disfrutan de un ‘terraceo’ abusón, que por consentimiento ‘buenista’ de las autoridades se llegan a creer ya con derecho al uso y disfrute de la calle como si fuera suya y no de todos, con las víctimas primeras y mayores que padecen la consecuencia de este fenómeno y que van perdiendo cada día más su derecho a ser respetados como residentes habitacionales. Un poco pasa aquí lo que con otro problema que se ha convertido en endémico porque nadie le ha querido poner cascabel, y hablo del botellón que además de ruido va subiendo de grado problemático al tiempo que va bajando la edad de consumición, culpa en parte de ser poco beligerantes con el hábito. Desde luego para resolver estos problemas hay que tenerlos bien puestos, sean ovarios o cojones, que me da igual, pero no sé yo quien los puede tener aunque sí ya sé de momento quien no los ha tenido: ¿desde cuándo existe el problema del botellón?; pues eso.


Sí, hay que poner ciertos límites, responsablemente y ya, porque el abuso se expande como si lo propio para unos fuera bueno para todos y lo bueno, además, justo. Y es que hay que ver como campan a sus anchas por Ourense las terrazas cual asentamientos de antiguos romanos de homónimo puente levantados donde más calienta el agua; aquí y ahora, mismo afán de asentamiento, en este caso de terrazas, y dios no lo quiera que también misma gran caída ‘imperial’, o como morir de éxito. Lamentablemente hace tiempo que se retiró el dios Crono para complacer cualquier tipo de deseo a todos, por lo que el cuidado de los hombres sobre nosotros mismos se impone y, por tanto, valoremos como compatibilizar derechos vecinales fundamentales como el descanso y cierto bienestar habitacional, con el deseo de otros por disfrutar del ocio (eso sí, en el barrio del vecino porque de esta manera cuando les pide el cuerpo retirada, allá que se van al dulce hogar donde el silencio es blanda almohada), y con el interés de locales que tratan de sobrevivir ante tanta exigencia legal ampliando su oferta explotando espacio público en río revuelto. Sea el necesario equilibrio para una mejor convivencia.  


Sin duda, lo que no puede ser  es que ciertos invidentes pierdan su toque de bastón sobre fachadas, que guía su camino, porque le hayan interpuesto sillas y mesas de terrazas invasivas; ni tampoco puede ser que dificulten su paso en la calle a personas mayores o usuarios de sillas de ruedas haciéndolos pasar por pasillos cada día más estrechos por mor de la invasiva plaga. No se trata, pues, solo del perjuicio de escuchar obligatoriamente en lugar del silencio de la noche estrellada un murmullo ruidoso que nos estrella contra maldita realidad, sino del paseo peatonal, y no nos metemos ya en la estética porque siendo importante no es lo más, y ya queda menos espacio. Todos queremos terrazas en la calle, y ser jóvenes, y guapos, y ricos, y ser amados, y soñar con angelitos, y lo que cada cual quiera ser y le satisfaga, pero antes debemos abrir nuestros sentidos a la empatía necesaria que nos permita eliminar esta graphê de nuestra ciudad. Amén.

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