Opinión

Treinta y tantos

Cuando navegaba por el ecuador de la vida me gustaba seguir una serie de televisión que se titulaba ‘Treinta y tantos’, porque trataba de la vida de unos amigos en torno a esta edad que ‘entonces’ era la mía. Contrastar en la serie de ficción la realidad de mi vida fue una constante a través de capítulos semanales que me hacían sentir no tan diferente al resto de mi generación y como a veces me creía. Desde la distancia en la que me encuentro hoy respecto a aquella época resulta tal la lejanía que ni siquiera oteo cuál era el problema, cuál la cuestión que me absorbía, los sueños e inquietudes de un futuro que hoy es presente y no reconozco como mío; vaya si no se cumplen las expectativas.

Los treinta y tantos suponían una edad esencial para la responsabilidad más alta del común ser humano, aquella que a Kafka le asustaba sobremanera, la de tener familia. Los de mi época que afrontamos el reto tuvimos hijos que son hoy la juventud que entra en esta década ominosa, porque por cuestión de meses en algunos casos ya no es la misma juventud necesitada según nos dicen los políticos que nos gobiernan, los que ahora premian a los menores de treinta. Teníamos que haber fecundado nuestros beybes uno o dos años después de lo que lo hicimos porque ahora ellos contarían con estas ayudas discriminatorias que quieren desde el poder ofrecerles a los menos treinta. Ayudas nada despreciables para su contratación laboral, desde contratos en prácticas soportados por la Xunta a aportaciones dinerarias fijas de hasta 200 eurazos durante un tiempo de gestación hasta las cuotas inferiores a la Seguridad Social que en principio parieron solo para ellos y después tuvieron que extenderlas por ser flagrante deslealtad al resto de la población.

Realmente me parece injusta cualquier medida ‘quedabien’ que los gobernantes paren porque nuestra juventud no esté parada, no sean ‘ninis’ que muchas veces lo son porque tampoco quieren sufrir condiciones que los mayores sí las soportan porque son más conscientes de que los tiempos buenos se han acabado. ¡Qué injusto me parece que aquellos que no cuentan con este favor de postureo con el que captar simpatías superficiales, tengan que competir en el mercado laboral con un saldo negativo tan difícil de salvar! Porque aunque la competencia, simpatía y lo que usted quiera, sea mayor ¿quién va a contratar al de treinta y uno cuando por el mismo puesto de camarero u oficinista el de veintisiete le cuesta un cincuenta por ciento menos? La cosa se agrava, además, para aquel padre o madre de familia, con hijos en pleno desarrollo, que se ven apartados de la misma posibilidad que los jóvenes pero con mucha más responsabilidad y cargas familiares. No hay derecho a ello, por mucho que quieran vender la cosa como preocupación y sensibilidad para un colectivo estadísticamente más parado. La estadística subversiva se la metía yo por algún lado a alguno, a ver si ensanchaba su mirada gracias a abrir los ojos, o uno solo aunque fuera.

Deberían, de una puñetera vez, unificar los contratos laborales aquí y allá, en Extremadura, Galicia o Conchinchina, con el mismo tipo de gravamen o beneficio en la contratación, mantenimiento o despido, con la excepción lógica a la que obliga una circunstancia personal desfavorable como suponen ciertas minusvalías, para no confundirnos más y poder contratar o ser contratados en función de la eficacia, competencia y ganas que puedan mostrar los humanos en querer trabajar y formar parte de un equipo laboral. Lo siento por los jóvenes que se tomen esta defensa de la igualdad de oportunidades como un ataque a ellos pero estos mimos hipócritas al final se vuelven contra ellos, y contra todos.

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